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4 LA ANTIGUA PROVINCIA CAPUCHINA DE NAVARRA Y CANTABRIA Belarmi.no tienen elogios para su virtud y celo apostólico; el gran car­ denal de Lcrena y los reyes de Francia les abren las puertas de sus Estados y les edifican conventos ; Victoria Colonna los defiende ante el Sumo Pontífice; Alvaro de Bazán, Marcantonio Colonna, Juan de Cardona, Luis de Requesens, Alejandro Farnesio, muestran singular afición a los capuchinos y, ú les fabrican sus conventos, o se hacen en­ terrar en sus iglesias, o piden para mortaja el hábito de los nuevos hijos de san Francisco. A extender más y más la fama de santidad con que brillaba la re­ forma de los capuchinos contribuyeron no poco aquellos astros de viví- sirria luz que se levantaban de sus humildes claustros para iluminar y embellecer la Iglesia al finalizar el siglo décimosexto. El alma ange­ lical de san Félix de Cantalicio volaba al cielo el año 1587 ; por los mismos días san Serafín de Montegranario hallábase en el apogeo de su santa vida (i604) ; san Lorenzo de Brindis, el beato Benito Passio- nei de Urbino, los siervos de Dios Honorato de París, Francisco de Bérgamo, Jeremías de Walaquia y otros muchos santos capuchinos, lle­ naban el mundo con la fama de su santidad y de sus milagros 3. 2. Basándose en estos hechos, cualquiera hubiera podido adivinar que la naciente Congregación capuchina había de ocupar muy pronto un puesto entre las grandes Ordenes religiosas de la Iglesia. Y sucedió así, en efecto, tan pronto como el Papa Gregorio XIII, revocando una prohibición de su antecesor Paulo III —5 enero de 1537—, permitió a los capuchinos diseminarse fuera de Italia y fundar conventos, custo­ dias y provincias por Francia, por España y por el mundo entero. Esta benigna concesión pontificia tiene una importancia tal, que nos obliga a insertar aquí el breve correspondiente, fechado en Roma a 6 de mayo de ¡574. Su texto, vertido del latín, es como sigue: B reve del Papa G re g o rio X III G regorio, obispo, siervo de los siervos de D ios, para mem oria perpetua del caso. E l deber de nuestro oficio pastoral nos ob liga a atender de buena volu n ­ tad a todo lo que puede ser conveniente a la propagación de las R eligion es ; y en especial de las que desea la particular d evoción de los pueblos. Siendo, pues, así, que la R eligión de la O rden de los F railes Menores llamada de los capu­ chinos, fundada de muchos días a esta parte en Italia, para beneficio univer­ sal de los fieles, y com enzada ahora a instituirse en el reino de F ran cia, y se­ ñaladamente en la ilustre ciudad de París, se desea comúnmente que se acabe de instituir con última perfección . Mas, com o el Pontífice Paulo I I I , de buena 3. Véanse CONSTANT, La Légende dnrée des Capucins , SALVATIERRA, Las grandes figuras capuchinas.

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