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Descalzos, observantes, reformados y recoletos, en lo sucesivo se lla­ marán simplemente «Orden de Frailes Menores» ; se gobernaran por ujííis mismas leyes y vestirán la misma forma de hábito. Tal fué la dis­ posición tomada por León XIII en su constitución «Felicitate quadam» de 1897'. El documento pontificio dejaba a salvo la existencia de las dos Ordenes de conventuales y de capuchinos. La reforma capuchina alcanzó aún mayor pujanza y duración que su paralela y coetánea de España. Formidables contratiempos vinieron a caer sobre la naciente con­ gregación capuchina, descargando sobre ella los más pesados golpes. Desde afuera la combaten con denuedo los Superiores de la Observan­ cia, resueltos a ahogar todo movimiento reformista que atente contra la unidad de la Orden franciscana. Y dentro de la propia familia ca­ puchina se produce el conocido caso de Bernardino Ochino, que de las alturas del generalato de la Orden se precipita en la herejía de Lutero, con gran escándalo de toda la cristiandad. No puede decirse el espanto que en todas las Comunidades capuchinas sembró el desdichado suce­ so. A causa de la defección de la cabeza, el cuerpo entero de la Reli­ gión vióse envuelto en la sospecha de herejía, y faltó muy poco para que la pluma del Romano Pontífice no decretara la total supresión de los capuchinos. Ejercitándose en fervorosísimas oraciones y rigurosísimas peniten­ cias, trataron los atribulados religiosos de hacerse más agradables a la Divina Majestad y de merecer sus misericordias. Oyóles el Señor, y a su mandato cesó la tempestad. A la oscura noche sucedió la aurora de un claro día y brilló a los ojos de todos la santidad de aquellos hom­ bres ejemplarísimos. Pasada la terrible prueba, los capuchinos crecieron más que antes en la estima y en el amor de los pueblos. En todas las clases de la so­ ciedad causaban grande impresión su intachable conducta, su pobreza y austeridad, su predicación fervorosa, su absoluto desinterés, su heroi­ ca caridad en las calamidades públicas 2. Apenas hubo personaje importante del siglo XVI que no rindiera tributo de admiración a la nueva reforma franciscana. San Felipe Neri y el beato Juan de Ribera trataban familiarmente con los capuchinos; san Francisco de Sales y san Carlos Borromeo los llamaron a sus dió­ cesis, invadidas por los protestantes; san Pedro Canisio y san Roberto Los CAPUCHINOS DE NAVARRA Y GUIPÚZCOA EN ARAGÓN 3 1 . Analecta C a f.j t. X I I I , 1897, p. 321-326. 2. V éa se C u th bert , The Capuchins.

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