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LA ANTIGUA PROVINCIA CAPUCHINA DE NAVARRA Y CANTABRIA hospedaban don Juan Bravo de A cuña , que pasaba por G obernador de G ibraltar y Mérida, y otro caballero, don F ran cisco M aldonado, V e in ­ ticuatro de Sevilla, que venían en diferentes bajeles, aunque en con ­ serva nuestra ; y por haber saltado a tierra antes que el capitán M on ­ tano y y o, asistieron a su desembarque para llevarle, com o lo h icieron, con no p o c o sentim iento nuestro. »Quedaron en mi poder sus alhajas, que eran unas a lforjillas remendadas, muy pequeñas, y un capu cho v iejo, en que traía sus p a ­ peles y cartas, algunos rosarios y medallas, dos piedras (de ig u a n a ), el santo cristo, la discip lina y horitas de su rezo. L levó en la muñeca del brazo izquierdo, atadas en un h ilo, dos cuentas de las de santa Juana de la Cruz, y al cuello, el santo L ignum C rucis que he d ich o. V isitába le y o después muchas veces, aunque, por el desabrim iento con los dos caballeros, no tantas com o debiera. L levéle el santo cristo para que le tuviese, com o le tuvo con sigo hasta que m u rió... »Y a en estos días, con la noticia de su enfermedad y riesgo, le asistieron dos religiosos del O rden de nuestro Padre San F rancisco, que del convento de Caracas, donde era V ica r io el uno de ellos, habían ba jado al puerto de La Guaira. Fuéle apretando el a ch a q u e ; recib ió los Sacramentos, y la tarde de la noche en que fa lleció, estando yo con el Padre fray Francisco, viéndole fatigado y que, según dem os­ traba, padecía en su cuerpo dolores intensísimos, entre otras palabras le dije, tomando el santo cristo en mis manos para ponerle en las s u y a s : «E a , Padre, buen ánimo ; con su élese ; tom e, aqu í tien e su san to cristo » . Y , siendo así que se hallaba sumamente deb ilitado, al oír ésto, incorporándose lo que pudo, y con voz alta, me respondió :«Aro ten g o nada ; no ten g o nadan ■ dos veces. C on ocí que aquelsw del santo cristo, por lo de propiedad, siendo él tan amante de la santa pobreza, le había inquietado y sonado mal, y repliquele con alguna sequ ed ad : i Basta, Padre ; qué Había de tener ni para qu é ; el san to cristo y a sab em os que no e s su y o , p o rqu e es de tod o s y só lo se le daba para su con su elo y a liv io». Con que v o lv ió a sosegarse. »Y hablando de la resignación en la voluntad divina y sentim ientos naturales que ocasiona el último V a le de la vida,- me d ijo a e s t o : « Y o , g racias a D ios, esp ero la m u erte sin eso s h orrores y saldré del v iv ir con el g o z o que su ele ten er un niño cuando sale a 'ju g a r a i trom po en la ca lle .» Palabras que se me estamparon en el alma y que, para edificación de muchos en aplauso suyo, las he referido en diferentes partes y ocasiones. »V o ló aquella noche su alma al cielo, com o piadosamente he creído siempre. T u v o un [...] de tránsito tan suave com o devoto y quieto,

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