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D icha R ela ción , om itidos algunos párrafos que importan menos, es com o s ig u e : «Em barcóse (Fr. F rancisco) en Cumaná, de orden de su Prefecto, para venir a estos reinos (de E spaña ), por agosto del año de 1651, en el galeón patache que llaman «La M argarita», que traía a su ca rgo el capitán Juan de M on tan o; venía y o entonces de pasajero en él. »C om íam os juntos en la mar el Padre (Fr. F ran cisco ), el capitán y yo. »N avegando, le sobrevino un crecim ien to de calentura grande con intensísimos dolores, que sufría con una pacien cia invencible. A sistíale mi afecto a todas horas ; venía echado en el catre o lecho de su cama- ro cillo , puesto su hábito, descalzo y sobre una estera, porque no fué posible reducirle a que adm itiese colch ón ni sábana ; y, preguntándole una mañana cóm o le iba, me d ijo que muy bien, porque, desde la punta del pie hasta el último pelo de su cabeza, todo era un dolor vivo, p or­ que daba muchas gracias a D io s ......................... »R e con o ció el Padre el riesgo de su vida y p o co antes que llegá­ semos al puerto de La Guaira, me d ijo que deseaba escribir una carta al R ey (que D ios h a y a ), dándole cuenta del estado de su viaje y M isión ; y otra, al Señor A rzob isp o de T o led o Cardenal M oscoso. D is­ puso la primera de nota suya y letra m ía ; fué breve, y pidiendo a Su Majestad amparase aquella M isión y Padres, por el útil espiritual de aquellos indios, tocando lo demás su cin tam en te; firmóla, aunque con penalidad grande. Qu iso notar la segunda, y, viéndole tan fatigado com o d olorid o, le d ije que, si gustaba, lo haría yo, d iciéndom e lo que había de escribir, y que la firmaría después, si pudiese. V in o en ello y reducíase a lo m ismo casi que la del R ey, p id iéndom e qüe rem itiese a su Em inencia sus papeles ; y pasó luego a decirme que el p eda cito de L ignum C rucis, reliquia sagrada que traía al cu ello en­ vuelta en un p ed a cillo de badana, pendiente de un h ilo grueso, se le había dado el R ey cuando fué al viaje de C o n g o ; que tenía licen cia de su P refecto para d isponer d él... »Observaba, aun en m edio de sus achaques, mucho silen cio, y cuando hablaba lo reducía a pocas palabras. T o d o su consuelo era contemplar en un santo cristo muy devoto, que traía gravado en una cruz com o de a tercia, que parecía de ébano negro. »L legam os al puerto de La Guaira de Caracas y para ponerle en tierra fu é preciso sacarle recostado en el m ism o catre, porqu e en pie, ni aun con muchos arrimos no le era posib le tenerse, y para trans­ portarle a la lancha usó la industria marina de sus garruchas y apa­ rejos. Desde la marina le llevaron en hombros a la casa donde se U LOS CAPUCHINOS DE NAVARRA Y GUIPÚZCOA EN ACCIÓN 145

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