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LOS CAPUCHINOS DE NAVARRA Y GUIPÚZCOA EN ACCIÓN tremadamente corta iBa a ser su permanencia en tierras de A fr ica . El caud illo que condujera a sus hermanos hasta la m isteriosa región del C ongo debe volver de nuevo a Europa, con m isión de presentarse en las cortes de R om a y de Madrid, donde, según se ha experimentado, su influencia es decisiva. A s í lo dispuso el P. P refecto. Tratábase de so licitar más obreros para la nueva M isión. De todo ello in form ó oportunamente a la Congregación de P ropa ganda el P. A lessano, com o asim ismo de la contrariedad sufrida por Fr. F ran cisco al serle notificada la orden de regreso. Pongam os sus p a la b ra s: «Me ha pa recido conveniente y aun necesario, con aplauso y con ten to notable de todos nuestros compañeros, hacer volver a Es paña,y, si se juzga oportuno, para que vaya a R om a , a Fr. F rancisco de Pamplona, nuestro amado compañero, con otro Padre sacerdote, el más anciano, p&ra negociar más fácilm en te con Su Majestad Católica la tram itación de cuanto sea necesario para el próspero viaje de los m i sioneros que han de ser destinados, y para que, alargándose hasta los pies de Su Santidad y hasta la presencia de esos Señores (de la C on gregación de Propaganda F id e ), exponga, com o testigo de vista, las calam idades, miserias y extrema necesidad de estas ovejas descarriadas. «Y o , en nombre de la S. Congregación y en virtud de la facu ltad que se me con ced ió, le doy la obed ien cia, si es conveniente, vaya a Roma, y ponga todo esfuerzo posible por favorecer a nuestra M isión con los Prelados y Príncipes y con todos los que sea necesario. »Dudaba yo — añade— en p roponerle la vuelta a Europa, con o ciendo muy bien su fervor y hasta qué punto es su gozo el padecer, y sus delicias la aspereza y austeridad de vida, sobre todo después de haber hallado aquí, a la medida de sus deseos, lo que ansiaba, con p ro longado martirio de inexplicables padecim ien tos, no por tirano singu lar contra la fe, sino de cuantos objetos se nos ofrecen en esta tierra y en esta gente m iserabilísima. »P ero, desde el momento que se le ind icó lo que deseábamos para el bien común, al punto, com o verdadero siervo de D ios, con absoluta renuncia de sí m ismo y de toda voluntad prop ia, totalmente resigna do , sepultóse en la segura tumba de la santa obed ien cia ; no dejaba a la verdad de oponerse la naturaleza al verse privado, de un golpe, de lo que por tanto tiempo había anhelado, procu rado y o b te n id o ; pero, haciéndose violen cia a sí m ismo, no sin derramar abundantes lágrimas, se sometió a la inesperada cuanto pesadísima cruz, con voluntad ar dentísima y purísima de llevarla hasta el ú ltim o suspiro» 30. 30. Ibid.
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