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la A n t ig u a p r o v in c ia c a pu c h in a d e n a var ra y can tabria causa de una violenta tempestad. El 4 de febrero de 1645 pudo por fin hacerse a la vela para la suspirada tierra del C ongo. A l cabo de pocos días estuvieron en la Gran Canaria, residencia del Gobernador don Pedro Carrillo de Guzmán, caballero de Santiago y antiguo am igo de Fr. Francisco, quien recib ió a los religiosos con singular afecto y los hospedó en su casa. El O b ispo se sirvió de los Padres en el m inisterio del con fesonario y del pu lp ito, los con v id ó a su mesa y manifestó el deseo de retener alguno en la diócesis. N o se le pudo com p lacer, y tras unos breves días de descanso se ordenó la partida. P róxim o ya el barco al primer puerto Jel C ongo acaeció un apu rado lance, en que interviene com o protagonista Fr. F ran cisco de Pamplona. Conviene que nos lo cuente el P. A n g el de V a len cia , testigo presencial del hecho : «C om o los holandeses estaban aliados con Portugal, que se había levantado a la sazón contra España, sus naves perseguían a los navios españoles que cruzaban los mares. A l tiempo, pues, que el buque en que iba la M isión se avistó al puerto, se halló casi de repente acosado de una fragata de guerra holandesa, que le daba caza con ánimo de aprisionar la embarcación e sp a ñ o la ; echó su empavesada, aprestó su artillería, y llegó tan cerca de nuestro bajel, que ya de uno a otro se podían hablar. El nuestro, que no llevaba gente de guerra, sino sólo la tripulación y los Padres m isioneros, viéndose en tan evidente p e li gro de dar en manos de los enem igos de nuestra católica Fe, se puso a la defensa, mandando el capitán que todos se dispusiesen para el com bate, y p id ió al P . P refecto que mandara al hermano fray F rancisco de Pamplona, que, com o tan p rá ctico en el arte m ilitar — pues había sido General— , se hiciese cargo de mandar la gente, y que todos to masen las armas. A s í se e je cu tó ; pues el d ich o Fr. F rancisco, echán dose al cuello un cru cifijo, y tomando una rodela en una mano y una espada en la otra, empezó a dar las debidas órdenes, y repartir gente en los precisos puestos para resistir al enem igo, esforzando a todos al combate, de m odo que llegó a temer el holandés y no se atrevió a pelear» 27. 5. «No es justo— hemos de decir con el P . Angu ian o— el om itir el dar noticia del maravilloso ejem plo que dieron los m isioneros en su 27. Carta del P. Angel de Valencia a la Provincia de Andalucía, fechada en Pinda a 8 de junio de 1G46. Copia en la Bibliot. Nac. de Madrid, Ms. 3 .8 1 8 , ff. 1 30-131 . Véase VALENCINA, Reseña histórica, I I I , 113 y 137.
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