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F undación del C onvento de I b a r r a 93 refirió las promesas que en Roma le habían hecho a él los Capuchinos y lo que le había pasado con los padres italianos. Según noticias que por allí corrían se aproximaba el desenlace próspero o adverso de la revolución del 8 de septiembre y con este motivo determinamos, con el beneplácito del Sr. Obispo, continuar en su Diócesis hasta ver el giro definitivo de aquella tan anómala situación. Mientras se despegaba la incógnita estuve en Jaruquies, próximo a Riobamba, para suplir la ausencia del Sr. Cura párroco el Sr. Poveda; estuve algunos días, prediqué el día de la Inmaculada y, durante la novena, dije la santa misa en una aldea algo distante con gran concurso de indios, muy adornados con monedas de oro y plata formando collares y brazaletes. El P. Pacífico de Montroig fue a Guano, pueblo bastante grande y próximo, también, a Riobamba, cuyo párroco se llamaba Antonio Subirón. Era el P. Pacífico muy buen religioso, trabajador y buen predicador; la estancia en Nueva York y el ejemplo de los capuchinos alemanes desarrollaron mucho su espíritu y le quitaron el miedo que antes tenia al púlpito; le costaba mucho trabajo preparar los sermones, pero predicaba mucho y bien. En Guano se le acentuó el catarro intestinal de que padecía desde que salió de Portoviejo y fue a Ibarra. Cayó gravemente enfermo y fue sacramentado; mejoró después bastante, pero recayó y, por fin, murió el 7 de marzo de 1877; estuvo muy bien asistido bajo todos conceptos, pero sufrió mucho, en particular el tormento de la sed a causa de la continua diarrea que no le dejaba vivir. En Guano prediqué en la fiesta de San Sebastián, y durante unos tres meses largos ejercí todas las funciones del ministerio parroquial. Me atacó también a mí la diarrea y se me curó radicalmente tomando leche de vaca hervida con canela, según el consejo de una buena persona. En los últimos días de marzo de 1877 recibí una carta de unos C apu ch ino s h o s p e d a d o s en los PP F r a n c i s c a n o s de Qu ito , suplicándome fuera allá sin perder tiempo. Así lo hice y me encontré que eran el P. Desiderio de Mataró, condiscípulo mío y sacerdote, y

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