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E xpulsión de S an ta T ec la (E l S alvador ) 83 donde quiera que misionaba. Su apostólica palabra resucitaba a la vida de la gracia a los muertos que estaban en el sepulcro de los vicios desde largos años, abatía los cedros del Líbano, a los impíos presumidos y soberbios que, creyéndose sabios, ponían en evidencia sus errores, a los libertinos que, llamándose liberales y prometiéndose a sí mismos y a los otros la libertad, eran verdaderos esclavos de su corrupción, de los vicios más degradantes. Con apostólica libertad decía a los Herodes, a los grandes, como si fuera o tro Bautista: no os es permitido vivir amancebados, ser usureros, liberales a la moderna. Los impenitentes lo odiaban, procuraron su destierro y atentaron contra su vida. El P. Esteban de Adoáin no era el único misionero capuchino; pero era el más grande de todos ellos, una gloria verdadera no sólo de los Capuchinos de Centro-América, sino de toda la Orden y puede figurar dignamente al lado de los más ilustres y santos misioneros que ha tenido la Iglesia católica en el siglo décimo nono. Una docena como él habrían reformado en sentido cristiano toda la América Central. Su celebridad era universal y gloriosa en Guatemala y en el Salvador y, como es natural, todos los Capuchinos participaban de esta gloria. Los padres expulsados del Salvador se dedicaron en Panamá a las misiones. No pudiendo vivir juntos por no tener convento donde vivir, se diseminaron por toda la Diócesis de Panamá y en ella hicieron mucho bien, muy a gusto de los buenos católicos y del Sr. Obispo como yo mismo se lo he oído afirmar. La persecución que el presidente Mosquera suscitó en todos los Estados Unidos de Colombia contra la Iglesia católica dejó en el país huellas muy profundas, y 110 fue Panamá el Estado donde menos sufrió. A pesar de todo, los Capuchinos reanimaron mucho el espíritu cristiano en todas las poblaciones donde ejercieron su ministerio por algún tiempo. Pero también en Panamá tuvieron graves contradicciones. En una de sus más importantes poblaciones, en David, los masones se propusieron asesinar a los PP. Pedro de Llisa, Lorenzo de Mataró, Miguel de Prats y Serafín de Arenys de Munt. Sorprendidos de noche en su domicilio por los sacrilegos asesinos, se vieron en muy grave peligro; gracias al valor
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