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78 C apítulo III que no tenían suficiencia para sostenerlo. Continuar por más tiempo en San Francisco y en Santa Clara ya no era posible, porque se acercaba el tiempo de reanudar los cursos académicos y el local se necesitaba para los colegiales. Abandonar California, después de tanto como trabajó el pueblo católico para retenernos, era un desaire tremendo, una ingratitud poco menos que inexcusable. De ninguna manera era posible quedar bien; si se hacían publicar las causas reservadas que nos impedían quedarnos quedábamos mal, muy mal; y si permanecían secretas, también. De todos modos quedábamos mal, porque en ningún caso correspondíamos al pueblo y aceptábamos de él un dinero que nos daba para que nos estableciéramos definitivamente y lo empleábamos para marcharnos. Es cosa muy cierta que nuestra marcha causó muy mal efecto, un efecto deplorable; nadie lo vio bien, nadie, ni eclesiásticos ni seculares. Pocos días antes de marchar de California nuestros padres tuvieron noticia de que en Milwaukee, capital del Estado de Wisconsin, había Padres Capuchinos, y a ellos fue el P. Esteban de Adoáin en demanda de hospitalidad que fue concedida con fraternal caridad. Salimos, pues, de San Francisco de California a las siete de la mañana del lunes diez y siete de septiembre de 1872, juntos; pero divididos: unos para quedarnos en Wisconsin, y otros para Europa, para Francia. La noticia de que varios nos quedábamos en los Estados Unidos atenuó algo el mal efecto que causó nuestra marcha. Antes de este hecho, para nosotros memorable e influyente en nuestros destinos, ya había habido algún desprendimiento. Pocos días antes de ser expulsados de Guatemala habían llegado de Roma dos dispensas de votos simples para los coristas Fr. Luis de Valls y Fr. Estanislao de Reus, pero como no les fueron entregadas en cuanto llegaron, ya no pudo hacerse hasta California; la dispensa se había pedido a reiteradas instancias de ellos mismos. Su conducta religiosa dejaba mucho que desear, sobretodo, la de Fr. Estanislao de Reus. Llegó un día en que ante toda la comunidad pidió perdón de sus faltas el corista Fr. Luis de Valls; no hizo nunca otro

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