BCCCAP00000000000000000000152

LOS CAPUCHINOS EN SAN FRANCISCO DE CALIFORNIA: SU DISPERSIÓN C apítulo I I I Entre nueve y diez de la mañana del 30 de junio de 1872 llegamos a San Francisco de California. ¿Qué sería de nosotros? A la fonda no era posible ir: no teníamos nada; a las casas particulares, tampoco; ¿al seminario?, ¿a algún otro establecimiento? Los Padres Segismundo Mataró, entonces Comisario General y Guardián, y Esteban de Adoáin, con muy buen acuerdo, desembarcaron los primeros e hicieron diligencias para ver dónde nos podríamos colocar. Ninguno de nosotros tenía la menor idea de lo que ya entonces era San Francisco de California, ciudad de reciente fundación, grande, hermosa y rica; cosmopolita y políglota, con sede Arzobispal, religiosas y Jesuítas. Nunca habíamos visto nosotros una ciudad compuesta de idólatras, judíos, protestantes y católicos con sus templos, sinagogas y pagodas. Esta magnífica ciudad que presentaba a nuestros ojos todos los progresos materiales de la industria moderna y que tantas cosas había presenciado, nunca había visto un religioso capuchino con su cabeza rapada y su barba, su pobre y tosco hábito, su cuerda y sus sandalias, y, al verlo por vez primera, se admiró y asombró. Los Padres Segismundo y Esteban fueron guiados a los Jesuítas que tenían el gran colegio de San Ignacio, y explicaron a los Padres de la Compañía lo que nos había ocurrido y la situación en que nos encontrábamos. Afortunadamente era tiempo de vacaciones escolares y podían disponer de local para alojarnos. Los hijos de San Ignacio recibieron a los de San Francisco con los brazos abiertos y, con una fraternal caridad de que hay pocos ejemplos, nos proveyeron con abundancia de todo lo necesario. Al día siguiente, la prensa publicaba

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz