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6 8 C apitulo II obstante estar muy deteriorados casi todos ellos, adornaban mucho el suntuoso claustro que, por otra parte, presentaba sobrados vestigios de la demoledora mano del tiempo, del abandono y de los terremotos. Al amanecer proseguimos el camino del destierro y pasamos la noche en Santa María, refugiados en una iglesia abandonada; la noche fue bastante lluviosa y fría, más que ninguna de las anteriores. La siguiente jornada cuyo término fue Retolúlen se nos hizo muy pesada por lo accidentado y fangoso del camino. Ninguno había sido bueno; pero ninguno tan malo como éste. Retolúlen se portó bien con nosotros. El día siguiente fue el de la jornada más larga y casi también la más penosa por los calores, la sed y las ciénagas de que estaba sembrado el camino. Los más llegamos al oscurecer a la playa llamada de Champerico; otros llegaron con más de dos horas de retraso y los Padres que iban en las cajas a lomo de indios no llegaron, sino hasta pasada media noche; la tropa iba desbandada como nosotros y por las mismas causas. Resumen. Arrojados del convento hicimos noche en la casa del Ayuntamiento, en Chimaltenango, S. Andrés, Sta. Lucía, Totoricapán, Queza ltenango , Sta. María y R e t o lú le n ; excep to R e to lú le n , Quezaltenango y Totoricapán, los demás puntos no eran sino caseríos. En la playa de Champerico estuvimos, por lo menos, un par de días custodiados por unos cuatrocientos soldados. Cuatro o cinco caballeros, uno de ellos era el padre del corista Santiago de la Antigua, con permiso del Coronel Irungaray, nos acompañaron y no se separaron de nosotros hasta que nos embarcaron. Durante estas ocho jornadas no comimos otra cosa que pan y agua y pan, poco; el que la gente nos pudo dar y, ese poco, lo compartíamos con los soldados; también ellos pasaron muchas penalidades: jefes hubo que, acosados por la necesidad, nos pedían pan; ni la tropa llevaba provisiones; ni los pueblos del tránsito contaban con recursos para proveer de repente a tanta gente; no había más agua que la muy salobre que se retenía en los hoyos que hacíamos en la arena de la playa en la bajamar. En Champerico, en 1872, no había más gente que unas cuarenta personas con las chozas de sus

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