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P ersecución de los frailes en E spaña desde 1 8 3 3 a 1 8 4 3 6 1 suscausas. Porprimeravez contemplaba, sincomprenderlos, los soberbios edificios religiosos y civiles levantados por los españoles, edificios cuya grandiosidad y solidez admiran, como nos asombran las de los monumentos romanos que bieno mal conservados existen todavía entre nosotros. En tiempo del gobierno de España, Panamá era una gran metrópoli: las guerras de la independencia y las civiles y religiosas que vinieron después arruinaron Panamá material y moralmente: esto es lo que yo no comprendía ni podía comprender en 1869. Por fin, llegó el día feliz de embarcarnos para proseguir nuestro viaje aGuatemala que para nosotros era un paraíso, algo así como la tierraprometida. Efecto de los grandes calores y demi predisposición, tuveunviolento ataque dedisentería o pujos de sangre quememolestó mucho, y ennadamejoré hastaque llegamos aMatitlán, pueblo situado en lo alto de la cordillera occidental y abundante en buenas aguas. Desembarcamos en S. José con bastante trabajo y peligro, después de haber hecho escala en la Unión y algún otro puerto cuyo nombre ignoro, y lo mismo la República a que pertenecen. Costeamos Costa Rica, Honduras y Nicaragua, y una o dos noches contemplamos asombrados las llamas y torrentes de lava que arrojaba uno de los muchos volcanes que hay en aquellas tierras. De S. José aGuatemala laAntigua fuimos enunos coches pequeños que allí llamaban entonces guitrines: pasamos por Escuintula y Matitlán: de S. José aMatitlán el camino estaba bastante mal por los muchos fangales de que estaba sembrado, por haber principiado ya la estación lluviosa; pero deMatitlán alaAntigua el camino erabastante bueno. Por fin, sanos y salvos, llegamos al tan suspirado Convento el día21 dejunio de 1869 entre once y doce del día. Nuestra alegríay la de los frailes que nos esperaban no es fácil describirla: en unos y en otros la satisfacción era grande. El estar tan lejos de la patria y de la familia, cuya memoria no se había extinguido en lamente de ninguno denosotros, amortiguaba indudablemente aquella alegría tan legítima; pero, a pesar de esto, todos estábamos a cual más contentos.

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