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L o s M is io n e ro s en C a r o lin a s y en A m é ric a L a tin a 285 alguno de los O b ispos de Filipinas creyend o, sin duda, que las Carolinas no pertenecían a ningún Obispado. Llegaron a Manila los Misioneros de Carolinas bajo la autoridad del P Saturnino de Artajona, primer Prefecto de aquella remota Misión. El Sr. A rzob ispo no los recibió y menos permitió fueran a las Carolinas, que según afirmó, eran parte integrante de su Arzobispado. Esta inesperada repulsa co lo có a los Misioneros en muy mala situación y les causó graves disgustos. De aquí se originó una seria contienda entre el Padre Saturnino de Artajona y el P. Joaquín de Llevaneras. Aquél echaba a éste la culpa del conflicto en que se encontraba y éste se defendía com o podía. El resultado de la contienda fue la destitución del P Saturnino de Artajona y su vuelta a España. No era la [primera] vez que luchaba contra el P. Joaquín de Llevaneras: ya en otras ocasiones había contendido con él y había sido castigado de un modo u otro; pero acababa siempre por doblar la rodilla y volvía a recobrar, a lo menos en apariencia, la gracia perdida. Esto demuestra que era un fraile voluble. Si cuando se quejaba se quejaba con razón, debía haberse sostenido, si no tenía razón, no debía haberse quejado. Censurar tales o cuales cosas y retractarse después no lo hace ningún religioso serio: malo es quejarse sin razón y malo es también retractarse de haberse quejado con justa causa, antes de quejarse es necesario pensarlo bien. Arregladas, finalmente, las cosas con el Sr. A rzob ispo de Manila, prosiguieron los Capuchinos su viaje a las Carolinas. De sus trabajos en aquellas remotas islas nada podemos decir porque ignoramos todo, pero no pudieron ser considerables, ya por la escasez de personal, ya por los p o c o s años que estuvieron allí: unos d o ce ; pues que en 1898 España las vend ió a Alemania y, a mi ju ic io , con buen acuerdo, considerado el hecho en sí mismo. Perdidas ya las Filipinas y las Marianas, ¿a qué conservar las Carolinas?. Están demasiado lejos. Se ha dicho (no sé si con bastante fundamento) que el grandioso edificio de Lecároz en el valle de Baztán, ed ificio que tantas quejas suscitó entre los frailes contra el P. Joaquín de Llevaneras, fue construido, por lo menos en gran parte, con fondos obtenidos del
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