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276 C a p itu lo X V I I Ya lo creo que sí: tenemos derecho de cuidar de nuestro buen nombre; no hay derecho a impedirnos la defensa de nuestra buena fama. Ésta es un tesoro que no debemos abandonar a la rapacidad del calumniador quien quiera que sea. Nuestro nombre nos sobrevive, después de muertos alguna memoria quedará de nosotros, y tenemos el derecho de procurar que esa memoria no esté manchada con mentiras y calumnias que la hagan despreciable. Es lícito rechazar al injusto agresor de nuestra vida, de nuestros bienes y de nuestra honra esgrimiendo armas de buena ley. Se ha dicho de nosotros que éramos unos rebeldes, perturbadores y relajados; que yo soy hombre de malas doctrinas; que el P. Bernabé estaba enredado con mujeres religiosas, que el P. Mollina se había hecho propietario. ¿Quién puede negarnos el derecho de defender nuestra honra?. Ya que los Superiores Mayores no han querido oírnos y han trabajado cuanto han podido para que nadie nos oyera y amparara en nuestro derecho; ya que nos [han] molestado y vejado dentro de la Orden hasta hacernos salir del claustro; ya que después de haber salido han procurado hacernos todo el daño posible, ¿quién podrá censurarnos si nos defendemos?. Para defendernos no podemos mentir, no podemos calumniar; pero podemos decir laverdad, historiar los sucesos, aunque de este relato, queden deshonrados cuantos nos han perseguido, aunque sean los Superiores Generales: ellos tienen la culpa por no haber cumplido su deber, por haber abusado de la fuerza que les daba su cargo, para oprimirnos impunemente, por haber sido parciales e injustos a favor de unos contra otros. De estas injustas parcialidades hay muchísimos ejemplos. La Curia Generalicia fue inexorable contra el Rmo. P. José de Llerena, y le suscitó la conjura que al fin lo hundió por venganza, porque defendió su autoridad. En cambio fue condescendiente hasta el extremo con Fr. Joaquín de Llevaneras que por su propia voluntad restableció el Comisariato suprimido. Fr. Joaquín de Llevaneras protegió siempre y tuvo siempre por confidente al P. Manuel de Potes. Este religioso frecuentaba las casas de prostitución, en ellas pasaba bastantes días a veces y para sufragar los gastos de viajes, vestido de paisano y demás gastaba lo que no era suyo,

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