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256 C a p ítu lo X V volver su corazón hacia el sublime ideal franciscano, hacia aquellas épocas heroicas en que abundaban en su seno los grandes hombres en la santidad y en las letras, todos los cuales fueron siempre devotísimos del ideal franciscano. San Francisco confundió con su ejemplo y su predicación a los falsos pobres de su tiempo, a aquellos falsos pobres valdenses, albigenses y fratricelles que, ya entonces, querían reformar la sociedad por medio del comunismo; y confundiría a los de nuestro tiempo que quieren reformarla con la abolición de la propiedad y de la autoridad. ¿Quién mejor apóstol que San Francisco para predicar a los ricos y a los pobres de nuestra época?, ¿quién mejor árbitro que él en las contiendas entre pobres y ricos, entre patronos y obreros?. Esta gloria quisiera yo para la Orden franciscana. No, no soy desafecto a ella, no soy indiferente a sus destinos. Su misión peculiar es penosa, porque la pobreza de Jesucristo es una virtud muy ardua y difícil de imitar, pero convenientísimo que en todos tiempos viva personificada en una Orden religiosa para que los hombres la vean, la respeten, la veneren, admiren y amen; y tengan siempre a la vista al Redentor del linaje humano, que siendo Señor de todos los tesoros del mundo, por libre elección de su voluntad, vivió pobre e indigente entre los hombres, sin más recursos que los productos de su trabajo y los que le proporcionaba la caridad de las personas que le eran devotas, sin condenar por eso a los ricos que usaban bien de sus riquezas y sin ensalzar a los pobres que renegaban de su pobreza y pretendían hacerse ricos por cuales quiera medios. Jesucristo no eligió la pobreza por espíritu de vanidad y de orgullo a la manera de algunos antiguos filósofos, sino por amor de Dios y de los hombres, para edificarnos a todos.

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