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254 C a p ítu lo X V cielos y me dio un corazón muy religioso. En 1869 me deparó un hombre providencial, el P. Segismundo de Mataró, y por suministerio me introdujo en laOrden franciscano-capuchina, librándome en esa nave de las grandes borrascas que iban a desencadenarse sobre España. A no haber sido por esto, quizá habría perecido como tantos otros jóvenes de mi edad, porque aquellos años fueron aciagos para lajuventud española, enredada en tres guerras simultáneas y azotada por los huracanes de la impiedad más desenfrenada En 1893 me deparó otro hombre providencial, Dn Vicente Calvo y Valero, Obispo de Cádiz, por cuyo ministerio me recogió y salvó cuando el Ministro General, el Procurador General y Fr José Calasanz de Llevaneras me arrojaron al arroyo. Gracias a estas disposiciones de la Providencia divina no he perecido y han amanecido para mí tiempos más serenos y tranquilos. Después de las borrascas de 1884 hasta 1893 han venido las calmas de Cádiz y Ceuta desde el 24 de septiembre de 1893 hasta el día de hoy 11 de octubre de 1910. El limo. Sr. Dn. Vicente cumplió muy bien las promesas contenidas en su Oficio de 5 de septiembre de 1893, y yo he procurado no defraudar las esperanzas en el mismo Oficio formuladas. Por deber de conciencia, de honor y de gratitud debía portarme de manera que el Sr. Obispo, que me amparó cuando la Orden me abandonó, nunca tuviera que arrepentirse de haberme protegido, antes al contrario, tuvierajusto motivo de gloriarse por haberme auxiliado. Todo lo debo aDios en primer término y, después, de él a mi padre, al P Segismundo de Mataró y al Sr. Obispo de Cádiz Dn. Vicente Calvo y Valero No me ha sido difícil portarme bien. No me secularicé por amor a una vida relajada, sino para ponerme a salvo de los sistemáticos e injustos vejámenes de que sin razón era víctima. Mi vida tanto en Cádiz como en Ceuta ha sido laboriosa y ordenada como siempre, enteramente análoga a lavida conventual y, en algunas cosas, más austera todavía. Nada tengo contra la Orden, deseo su lustre y prosperidad, deseo florezca en ella la religión y la ciencia, y realice el pensamiento, el gran deseo del insigne patriarca San Francisco de Asís que quería hubiera siempre en el mundo verdaderos imitadores de la pobreza de Jesucristo. Una Orden que nada
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