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S a l id a d e l C o n v e n t o d e S a n l ú c a r d e B a r r a m e d a p a r a C á d iz 2 5 1 Mayores, patentes de licencias ministeriales de varios Obispados de América y Europa y otros documentos y, entre ellos, las cartas de los mencionados Superiores. El ladrón creyó que la cartera contenía billetes de banco y, como estaba atada, no se detuvo en ver lo que encerraba y se la llevó. Por esta causa no puedo reproducir estas cartas como he copiado otras. No me han expulsado de la Orden, pero me han creado una situación moralmente insostenible y, en son de castigo, me impusieron la pena de destierro por tiempo indefinido, no sólo fuera de mi provincia, que ya habría sido bastante grave, sino también fuera de mi país, de mi patria y, esto, bajo pena de suspensión a divinis ipso fa d o incurrenda y con la expresa orden de salir para el destierro en el término de veinte y cuatro horas, con prohibición de comunicarme con nadie ni de palabra ni por escrito y con mandato de no detenerme en parte alguna sin evidente necesidad. ¿No [es] ésta una de las penas más graves que pueden imponerse aun delincuente?. Y eso sin forma alguna dejuicio y contra lo taxativamente dispuesto en el Código penal vigente en la Orden. ¿Esto es cumplir las promesas que la Orden me hizo en la profesión?. ¿Esto es cumplir el contrato que entonces hizo conmigo?. ¿Por dónde prueban los Superiores Generales que yo no he cumplido las promesas que entonces hice a la Orden, que no he sido fiel al contrato que yo hice con ella el día de mi profesión?. ¿Es un crimen denunciar a los Superiores los desórdenes que perturban una o varias Provincias?. ¿Es un crimen denunciar a la Santa Sede los males que los Superiores conocen, pueden y no quieren corregir?. No, eso no es un crimen, no es un pecado, no es justo motivo para que el denunciante sea sistemáticamente molestado y hostilizado, y deshonrado y, por fin, desterrado de su país, de su patria por tiempo indefinido, sin ser oído siquiera y contra lo dispuesto por las mismas leyes de la Orden. Me quejo de las injusticias de los hombres; no me pesa de haber obrado de la manera que explicado queda. Me ha costado muchos disgustos, muchos sufrimientos morales que he soportado con el favor de Dios y con una vida laboriosa, constantemente ocupada en la lectura de las obras

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