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2 4 2 C a p it u l o X I V solicitada para cosas torpes en el mismo acto de la confesión por el P. Serafín de Monóvar: era el Guardián del convento y procedía de la exclaustración de modo que en 1881 tenía ya más de 60 años; lamujer se llamaba Dolores Melero. Salimos para Valencia y, en Masamagrell, S. P Rma. recibió varias cartas de la que se decía solicitada en el acto de la confesión a cosas torpes. No leí ninguna de esas cartas, pero yo notaba que el Rmo P. Comisario estaba muy preocupado, mas yo me guardé bien de preguntarle la causa de sus preocupaciones. Al fin, me preguntó si era lícito aconsejarse sobre una materia acerca la cual había prometido guardar el más absoluto e impenetrable secreto. Le contesté que si la consulta era necesaria para el acierto o para impedir daño a tercero, era lícito sin duda alguna. A los dos o tres días me entero del asunto, pero sin darme a leer carta alguna Le aconsejé siguiera la correspondencia hasta que la individua declarara que ya no tenía más que decir y que, después, tratara este espinoso asunto con los Definidores. Así se hizo en Pamplona y acordaron que el primer Definidor, P Bernabé de Astorga fuera a Antequera con todas las cartas que la Dolores Melero había escrito al Comisario; que allí indagara quién era esa mujer, sus antecedentes y su género de vida y diera cuenta del resultado de sus investigaciones. Así se hizo y, según datos facilitados por eclesiásticos y seculares, resultó que la tal Dolores Melero era una mujer que allá por los años de 1870, 71, 72 y 73 andaba por Madrid haciéndose pasar por hija del santo padre Claret, y que se presentó al rey Dn Amadeo diciendo que tenía que hacer una denuncia que le interesaba muchísimo, y que, por fin, dijo que en Antequera se preparaba una revolución carlista en la cual tomaban parte tales y tales señores. El Sr. Romero Robledo fue el encargado de averiguar lo que hubiera de cierto en la denuncia y, habiendo resultado ser todo pura falsedad, la Melero, que había sido muy bien tratada por orden del Rey, fue presa y encerrada en el Saladero, de donde después había ido a parar a Antequera. Claro es que una mujer de esta índole no merecía ningún crédito; se ordenó al P. Bernabé que llamara la Dolores Melero a la portería y

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