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M is ú ltim a s sem a n a s e n S a n l ú c a r d e B a r r a m e d a e n 1 8 9 3 2 2 7 fundadas, o mejor adecuadas al objeto que me proponía y en eso creo que no he faltado en nada a mis deberes. “Yo no he publicado escrito alguno contra lo prescrito por la Iglesia o por las leyes de la Orden. Los primeros fueron publicados con permiso del Rmo. P José de Llerena y el Vicario General de Pamplona. La Pacificación Social sepublicó con la licencia del Sr. Obispo de Barcelona, y ésa me bastaba entonces. La Orden no se cuidaba entonces de mí para nada, no me daba nada; por consiguiente, tampoco estaba yo obligado a solicitar su permiso para publicar mi trabajo. Yo entonces no estaba secularizado; lo que yo tenía era la facultad para vivir fuera del claustro durante seismeses con el fin de constituir patrimonio para secularizarme, por consiguiente aún podía usar el nombre de la Orden. Lo que he publicado en Antequera ha sido con permiso del M. R. P Provincial, Fermín de Velilla: no se requería otro por tratarse de cosa módica: todo lo he hecho según ley. “La Pacificación Social fue publicada previa censura, entre otros, del Sr. Sardá y Salvany, quien lejos de encontrar nada que corregir, en una carta que me escribió a fines de 1887 o principios de 1888, me decía: ‘Alguno ha dicho que la Pacificación Social tiene cierto sabor de liberalismo; se lo digo para que V. lo sepa, pero yo no creo fundado semejante juicio’. Esta carta aún la conservo. “No ignoro que muchos se disgustaron de mis escritos publicados en Pamplona. ¿Pero por qué?. Porque defendía que la Iglesia no censura ninguna forma de Gobierno considerada en sí misma, que el carlismo y el catolicismo no son una misma cosa; que en España nadie está obligado aser carlista para ser buen católico; que en España los católicos, sin dejar de ser buenos católicos, podían tomar parte en las elecciones políticas, ser diputados, senadores y ministros de la Corona, primero porque la Iglesia no lo había prohibido como en los Estados Pontificios; segundo porque el juramento de fidelidad considerado en sí no implicaba la aprobación de cosa alguna contraria a la doctrina de la Iglesia; tercero porque los mismos Obispos lo prestaban sin reclamación alguna por parte de la Santa Sede; cuarto porque una cosa es el Gobierno, y otra cosa es la

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