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1 9 0 C a p ít u l o X I I tem o r como quien anda en pleno dia. Pero esta luz brilló poco tiempo y el gozo de los frailes se desvaneció muy p resto ” . “El P. Joaquín de Llevaneras que, así antes de ser ordenado in sacris, como en el Comisariato y el Provincialato nunca había vivido con arreglo a las leyes de su estado, y en el gobierno de los frailes había claudicado en muchas y graves cosas con tra la esperanza de todos fue elegido Provincial de la Provincia de Castilla y Comisario de las Misiones, y muchos de sus parciales fueron elegidos Definidores y Superiores locales. Esto contristó y escandalizó a los religiosos que habían luchado contra el mal gobierno y malas costumbres del P. Provincial y sus cómplices, pero callaron. Es ciertamente cosa admirable que los autores de los males conocidos y condenados por el mismo M. General sean otra vez elegidos Provinciales, Definidores y Superiores locales. A veces hasta el buen Homero [sic] se duerme: el que quiere extirpar los males conocidos destruye sus causas; de todos es sabido que subsistiendo la causa subsisten los efectos que de ella emanan. El mismo Ministro General vio que la causa de nuestras perturbaciones no era otra que el mal gobierno del P Joaqu ín de L levaneras. ¿Po r qué, pues, decían los relig io so s, es reelegido Provincial el que po r tres años fue Com isario, po r tres años Provincial sin que se haya co rreg ido ni en su adm inistración ni en sus costum b res? Sea lo que fuere es cierto que en el segundo trienio de su p rov incialato vivió en su Prov incia de Castilla como había vivido antes, gobernó como antes había gobernado; no respeta las leyes, hace lo que le da la gana, su voluntad es la ley suprema. ¡Infeliz el religioso que la resiste! Lo mismo hay que decir de casi todos sus parciales que ejercieron algún cargo en la Provincia de Castilla y en las o tras dos. Tal el m aestro , tales los d iscípu los” . “Los buenos religiosos que honran y aman las leyes de la Orden y las de la Iglesia, los religiosos que procuran observar las disposiciones del Capítulo General de 1884 y las de la Visita Canónica hecha en España por el M inistro General, esperaban con paciencia la celebración del Capítulo Provincial, confiados en que entonces podrían elegir religiosos capaces y dignos y acabar así tantos y tan duraderos males. Pero esta
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