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M i r e sid e n c ia e n A r x , a n t ig u a c a p it a l d e l a P r o v e n z a 1 7 3 Los frailes de Aix clamaban asombrados: ¡Esto es incomprensible!. ¡No tenemos todavía bastantes conventos en Lión!. Y pregunto yo ¿de dónde sacó el Procurador General?, ¿quién le autorizó para adquirir la finca?. Luego se quejan de ser censurados por los frailes. Demasiado motivo dan para la censura. En 1891 fui enviado a Orán para predicar durante la cuaresma a los españoles. Terminada ya mi misión y, cuando ya estaba todo preparado para mi regreso a Aix, me fue comunicado un telegrama en el que se me decía volviera al convento de mi residencia sin pérdida de tiempo: no sabía para qué y, a mi regreso, me enteraron que de un día a otro llegaría el Ministro General para hacer la Visita Canónica. Llegó, en efecto, a los dos o tres días. Tomé la resolución de hablar alto y claro cuando me tocara el tu rno de ser recibido Me habían pasado muchas cosas, el M inistro General ya había estado en España, ya había oído a unos y a o tros y podía saber a qué atenerse: a mí es a quien aún no había oído Deseaba saber de su misma boca, los cargos que re su ltab an co n tra mí y d e seab a p o d e rlo s c o n te s ta r. E s tab a persuadido que nuestra en trev ista sería in teresan te y lo fue, pero no en el sentido que me creía. Había llegado la hora de poner las cosas en claro y, con ánimo decidido de aclararlo todo , me presenté, cuando fui llamado, al M inistro General. Cambiados los saludos de costumbre me hizo sentar y, ya sentado, le pregunté si tenía alguna amonestación que hacerme. Me contestó de muy buena manera y me dijo: “Nada tengo que decirle; todo es perfecto; todos los religiosos están muy contentos de S. R En vista de esta para mí tan lisonjera contestación, no me pareció prudente promover cuestiones sobre asuntos pasados. Recordarlos en aquella ocasión, hacer cargos a unos y a otros, y pedir explicaciones y satisfacciones al Ministro General habría podido parecer un acto agresivo, una verdadera provocación. Me limité, pues, a pedirle permiso para volver a España. Ninguna dificultad opuso, pero me dijo que iba prosiguiendo la Visita Canónica y que, si no tenía prisa, esperara a que él volviera a Roma. Contesté que no tenía prisa ninguna y que lo mismo me daba esperar un año que esperar dos. Quedó él muy complacido y yo también, porque parecían desvanecidas las

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