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M i r e sid e n c ia e n A lx , a n t ig u a c a p it a l d e l a P r o v e n z a 1 7 1 Provincia, no sólo para que en él estén todas representadas, sino también para que en él se hablen todas las lenguas y haya religiosos que, en casos dados, puedan ilustrar a la Curia Generalicia. Esta es la síntesis del folleto. Su curso era clandestino y no se leía sino con mucha reserva. Bien se echa de ver que en él se formula una verdadera revolución en la Orden y que algunas de las cosas principales son contrarias a las tradiciones de la Orden y, otras, de discutible utilidad Pero es cierto que el convento generalicio, tal como él lo conoció en 1878 en que fue elegido Procurador General, cargo que conservó poco tiempo por los choques que tuvo con los padres graves que en él moraban y, tal como yo lo conocí en noviembre de 1881, no podía satisfacer a nadie, ni a propios ni a extraños. Pero en honor a la verdad hay que tener en cuenta que, en 1873 y siguientes, los religiosos habían sido víctimas de la persecución y que, en 1881, aún subsistían sus perniciosos efectos. El convento generalicio fue uno de los que más habían sufrido hasta que por fin ha desaparecido casi por completo y la Curia Generalicia ha tenido que fijar su residencia en San Nicolás de Tolentino. Lo que a mí me extrañó mucho y no me gustó nada, fue la conducta de la P rocu ra General. El P Bruno con sus Secretarios, de los cuales dos eran franceses y o tro italiano en 1881, tenían un cocinero hermano lego francés. Tenían su cocina aparte y comían aparte y se trataban muy bien. El M inistro General, Fr. Egidio de Cortona, los Definidores G enerales y sus Sec re tario s com ían con la Rda. Comunidad y se alimentaban con la misma comida y la misma bebida. Asistían también a algunas horas del Oficio Divino en el coro . La P rocu ra General formaba rancho aparte: para nada se jun taba con el resto de los frailes. No creo que esto pueda aprobarse. A mí me chocó; pero a la verdad, en aquellos días no averigüé nada y no comprendí bien lo que tenía a la vista. Yo y mi compañero el P Reus seguimos siempre a la comunidad en la comida y cena, excepto unas pocas veces que aceptamos la invitación del Procurador General. Vueltos a España, al cabo de unos meses (no sé cuántos), el Comisario Apostólico, Fr. Joaquín de Llevaneras, fue requerido por el Procurador para que pagara
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