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1 6 0 C a p ít u l o X y, creo, que ni a la primera Provincia. Si alguna vez estuvo en algún convento no fue sino de paso. De nombre era muy conocido de todos y gozaba de cierta fama de formalidad, honradez y virtud que inspiraba bastan te confianza a los relig iosos y él, po r su parte, no descuidaba inspirársela ilimitada prom etiendo el remedio de los males de que se lamentaban, y rep robando c ie rtos hechos de su hermano que, a pesar de los vínculos de la carne y de la sangre, no era posible aprobar Po r esta causa los relig iosos se desahogaban más con Fr. José Calasanz que con el M inistro General. A éste poco podían decirle los hermanos legos por no poderse entender y, aun a los sacerdotes se les hacía mucho más fácil com un icar con el P Calasanz que con el M inistro General; y vino a ser el P. Calasanz el intermediario entre los Capuchinos españoles y el Jefe de la Orden. Cuanto trabajó el P. Calasanz en pro de su hermano lo evidencia el resu ltado de la Visita. La P rov in c ia se d iv id ió en tre s y los ca rgo s p rinc ipales fueron provistos, casi todos, en los religiosos que más culpa tenían en los desórdenes que desde tiempo perturbaban a los frailes. Creyeron que Fr. Joaquín de Llevaneras quedaba bastan te castigado dejándolo de Provincial de la Provincia de Castilla y Superio r del D istrito Nullius o de M ad rid , su je to inm ed ia tam en te al M in istro General. ¡Qué asombro causaría el conocim iento de la historia secreta de esta división de provincias y la de los nombram ien tos que en tonces se hicieron! No hay duda alguna razonable de que todo esto se debe a los trabajos de Fr. José Calasanz a favor de su hermano y de sus parciales en contra de sus adversarios. Me han a seg u rad o que el fraile a qu ien a tribuy e ron el haber aconsejado a Fr. Joaqu ín el restab lecim ien to del Com isariato, Fr. F rancisco de Amoravieta, lo castigaron mandándole a América. Esta es la justicia. ¡Oh lo que puede el dinero aun entre los Capuchinos! El P. Joaquín, para su perdición, le conoció desde 1882 y aun antes, y no se descuidó en p rocu rarse tan poderoso protector. ¿Qué habría sido de él sin los miles de du ros depositados en el Banco? Sólo él podía retirarlos; si le hubiesen qu itado el mando se habría secularizado y, al

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