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E l P. L l e v a n e r a s , P r o v in c ia l ú n ic o d e E sp a ñ a 1 5 9 estuv iera pa ten te a sus ojos, y que pudiera manejar los frailes como si fueran un juego de bolos. Como se le ocurrían tan tas cosas extrañas bien pudiera ser se le ocurriera restablecer por su propia autoridad el suprimido Comisariato Apostólico, mayormente si la Curia Generalicia se entrometía en el gobierno de la Provincia. El P Joaquín quería mandar en todo y a todos, pero, celosísimo de su autoridad, no le gustaba que nadie mandara en él. Pudiera muy bien se renaciera en su corazón el amor a la independencia que tenía cuando era Comisario y, creyendo que su abolición había sido nula por haberse hecho a espaldas de la Corona de España, a cuya petición se había promulgado la Bula “Inter graviores". Fuese inspiración propia, fuese inspiración ajena, el hecho es que po r sí y ante sí volvió a tomar el título de Comisario Apostólico y a usar el sello del Comisariato. La Cu ria G eneralicia se alarmó en g ran m anera y el M in istro General vino a España sin pérdida de tiempo. M ien tras no se tra tó más que de las d isco rd ia s de los fra ile s, de las p a rc ia lid ad e s y relajaciones de que se quejaban los relig iosos sensatos y aman tes del bien común, no podía venir a España: se lo impedían razones de alto gob ie rno , ign o rad a s de n o s o tro s ¡pob re s p e c ad o re s !, p e ro muy conocidas de él que presidía a toda la Orden, como me decía a mí en una c a rta . Todas e s ta s raz o n e s d e sap a re c ie ro n en cu an to creyó vulnerada su au toridad . ¡Qué celo po r el bien de la Orden! M ientras los frailes se rompían la crisma, y con la d iscord ia cundía la relajación y moría el espíritu cristiano, no podía venir a en terarse de lo que pasaba, a ver los males de que se quejaban los frailes, a oírlos a todos, a conocerlos para ob rar con acierto . Yo mismo le decía en una carta: “M ientras no vengas, no sabrás la verdad” . Pero se tocó a su au toridad y, entonces, sin perder tiempo se presen tó a España. ¡Qué Superiores! Mas no vino solo: tuvo el buen acierto de ir a España acompañado de Fr. José Calasanz de L levaneras, hermano carnal del Provincial sublevado. Oficialmente no era su Secretario , pero oficiosam en te lo era todo. Los frailes no lo conocían sino de nombre. Nunca había querido residir en España, ni había querido pe rtenece r al Com isariato

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