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E l P. L le v a n e r a s , P r o v in c ia l ú n ic o d e E sp a ñ a 1 4 7 que principiaba con estos términos: “M e empujaron para derribarme y Dios me sostuvo con su mano para que no cayera” . N ada retractaba de lo que había hecho: mi conc ienc ia no me pe rm itía semejante retractación; pero retractaba la viveza del tono en que estaban escritas mis cartas, fechadas en Sanlúcar; insistía en que no era yo incorregible, pues que de nada me habian co rreg ido jam á s . Antes de Navidad tenía las letras obedienciales para el P. Provincial de la P rovincia de Lión, y el día 14 de enero de 1887 celebré el san to sacrificio de la misa en el convento de PP Capuchinos de Marsella, y el 17 por la tarde fui al convento de Aix donde permanecí hasta el 30 de abril de 1892. Preciso es que ahora volvamos algo atrás. Dicho queda más arriba que la Provincia de España fue inaugurada en 1885 con la persecución más o menos violenta de cuan tos no eran g rato s al Provincial, Fr. Joaquín de L levaneras, y no era cosa fácil perm anecer en su gracia. Le constaba que nadie lo quería de verdad y que, los que al parecer le querían, no aparentaban serle adictos, sino por miedo al palo y por amor al mando. Lo sé porque él me lo confesó en 1884 y, en la misma tarde en que me dijo que el Sr. Obispo me había acusado de ser liberal, en la misma me dijo, también, que no me fiara de ningún fraile, que a los frailes se les había de dar poco pan y mucho palo, hablarles como si fueran señores y tratarlos como si fueran traidores. Yo no sé quién le había enseñado esas doctrinas. Lo que sé es que no las ha aprendido de ningún santo padre, ni de ningún maestro de la vida espiritual. No se fiaba de nadie, el trasiego de frailes era continuo y, cuando el Ministro General vino por fin a España, al frente de las comunidades religiosas no encontró más que jóvenes de 24 a 28 ó 30 años y en Sanlúcar de Barrameda se encon tró , con gran sorpresa suya, unos ocho o diez religiosos de cuaren ta a cincuenta años, ex-guard ianes y ex vicarios todo s ellos, excep to el P. José de Cáseda, ex-fam iliar del Sr. Obispo de Pamplona y sacerdo te muy conocido y apreciado en la Diócesis. Los conventos estaban gobernados por niños, porque los religiosos de edad madura y de alguna conciencia y valer no querían p restarse a ser ciegos instrumen tos de la conducta del Provincial, po r eso, los

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