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E l P. L l e v a n e r a s , P r o v in c ia l ú n ic o d e E sp a ñ a 1 4 5 prescrito lo que ha de hacerse para corregir a los culpables y de qué manera se ha de proceder y la observancia de los trámites por él prescritos es obligatoria. Nadie ignora que cuando se trata de mejorar la conducta del pecador real o supuesto, nunca se principia por darle puntapiés y descargar sobre su cuerpo palos de ciego. Si esto se hace, no se quiere salvar el pecador sino perderlo. No es la caridad, no es la justicia la que inspira este proceder sino la pasión, la ira, la venganza anticristiana. Cuando yo vi que se me tra taba de tan mala manera me persuadí que estaban resueltos a perderme, a inutilizarme para tod a la vida. Si yo no hubiera estado firme en la fe, si me hubiera dejado llevar de la tentación, yo habría apostatado , yo me habría ido con los p ro testan tes y o tros sectarios como han hecho y hacen tan to s o tro s sacerdo tes secu la re s y reg u la re s ; y h ab ría h echo m ucho daño . L o s frailes enemigos, al ver mi apostasía, habrían dicho con malsana alegría y satisfacción: “¿No lo decíamos nosotros?. Donde está ahora allí estaba antes, pero oculto; era un lobo con piel de oveja; tuvimos buen olfato; tenemos la gloria de haberlo descub ierto” . Esto no habría sido verdad, pero lo habría parecido. El que está en el suelo no siempre es porque se haya caído po r falta de fuerzas o po r haber resbalado o tropezado ; a veces es po rque le han dado un fuerte empujón; éste habría sido mi caso. Si hubiera aposta tado no habría sido po rque an tes ya hubiese yo perdido la fe, sino po r la indignación causada en mi espíritu po r el in ju s tif ic a b le p r o c e d e r de lo s S u p e r io r e s ; e llo s h a b ría n sido responsables de mi apostasía; nada, abso lu tam en te nada los obligaba a tratarme como me trataron. Pero no apostaté; vencí la ten tación porque co rrespond í a la gracia de Dios. Me repugnaba emplear con tra Dios los dones que de Dios había recibido. Dios no tenía la culpa de lo que me pasaba. No me pesa de haber perseverado firme en la fe y de no haber sido cómplice de los males de la Orden en España; perdono y perdoné siempre a mis enemigos; pe ro no he o lv idado , ni o lv ida ré jam á s que po r culpa inexcusable de la Curia G eneralicia y de la P rov incia me vi envuelto en una bo rra sca en la que muchos sucumben, en pelig ros en que

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