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1 3 6 C a p it u l o I X bajo el peso de la calumnia y mi nombre deshonrado. Más adelante veremos que la Curia Generalicia no se ha apartado jamás de esta línea de conducta y ha procurado siempre se dudara, cuando menos, de mi ortodoxia. No le reconozco yo a la Curia Generalicia el derecho de calumniar a nadie, ni el de dar apariencias de verdad a las acusaciones calumniosas, ni el de dar consistencia a las falsas acusaciones. Desde 1885 me considero yo víctima de la calumnia y perseguido por la Curia Generalicia y por otros protegidos suyos, porque desde 1885 no cesan de a taca r mi honra, no sólo ocu ltando la verdad del resu ltado de las investigaciones hechas a consecuencia de una gravísima acusación recibida contra mí, sino también portándose conmigo de manera que da a entender duda todavía de mi ortodoxia. Y las investigaciones no fueron privadas, ni meramente confidenciales, sino hechas de oficio, según la palabra textual de la carta escrita por el Procurador General. El P V icente de Tafalla era hombre díscolo y violento. En 1879 o 1880, no recue rdo bien, pero sí que era un día de verano, al oscurecer. Estábamos en el patio grande, donde después hice co locar yo una estatua de piedra de San Francisco de Asís, poco antes de las oraciones vespertinas que, según costum b re, se rezan hecha la señal de silencio po r la noche El P Fidel de Peralta se asomó a una ventana grande que da a ese patio, frente a la misma estatua de San Francisco, diciendo a grandes voces: “ Suban inmediatamente, suban que el P. Vicente mata al P Santos” . Corrimos todos, como es natural en estos casos, y en efecto, el P. Vicente procu raba matar al P. Santos. Nuestra presencia evitó un día de luto. En 1884 repitió la misma agresión con una navaja yendo todo s en comunidad a mediodía desde la puerta del refectorio a la de la iglesia, situada en el co rredo r que va a la portería. Tampoco se consumó el crimen, pero el conato de cometerlo existió. Decía con mucha frecuencia el P. Francisco de Viana, Comisario Provincial: “Fr Vicente no ha sido hecho para vivir con las personas, sino con los mulos en la cuad ra” . Los seculares huían de él como de un hombre intratab le y, en el claustro , no se trataba sino con el P Sebastián de Azcoitia.

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