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D e p o sic ió n d e l P. L l e r e n a y n o m b r a m ie n t o d e l P. L l e v a n e r a s 1 3 3 creí esa enormidad; pero desde la estación me fui al Palacio episcopal, hablé con el Vicario General y le dije: “Aún no hace una hora me ha dicho el Comisario que el Sr. Obispo me ha acusado a mí de ser partidario de los errores liberales y vengo a saber si esto es verdad o no” . “No crea V. nada de esto; tenga la más completa seguridad de que nada contra V. ha salido de Palacio. Lo que hay es que, tiempo atrás, estuvieron frailes aquí acusándolo de liberal, pero no fueron creídos; ni el Sr. Obispo ni nadie ha dudado jamás de su ortodoxia. Se conoce que tiene V. enemigos en el claustro” . Esta entrevista y estas palabras son un hecho histórico. Del Palacio episcopal me fui al convento. En la carta que al día siguiente escribí al Ministro General, como he dicho un poco más arriba, le decía que el P. Comisario Joaquín de Llevaneras se permitía la libertad de levantar calumnias graves contra sus súbditos; y añadía: los Superiores no son dueños de la fama de sus súbditos y están obligados a restituirla Como el Comisario se negó a poner por escrito lo que de palabra me había dicho, no pude yo hacer más de lo que hice. No había testigo ninguno y, si yo hubiera llevado las cosas a cierto terreno, yo habría quedado mal, porque el Comisario habría negado haber dicho lo que realmente dijo Pero para Dios que todo lo sabe no hacen falta escritos ni testigos: la verdad del hecho basta. Supe, pues, en aquel memorable día que se esgrim ía la ignoble [sic] arma de la calumnia con tra mí. El Com isario me dice que el Obispo me ha acusado de liberal, me lo dice, pero se niega a decirlo ante testigos, se niega a decirlo por escrito. El Sr. Obispo de Pamplona me apreció mucho desde 1879 y este aprecio lo manifestaba a todos de muchas maneras an te los frailes, an te los eclesiásticos, an te los seculares y esas dem ostraciones no eran hipocresías, ni diplomacia. Estando yo en Aix en las Provenza en 1887, supe (con so rp resa) por los frailes de aquel conven to que uno de los motivos po r los cuales me echaron de Pamplona fue la am istad que tenía con el Sr. Obispo. ¿Por dónde sabían ellos esto? Po r mí, no; nunca, jam ás hablé de los asun tos de España. Pero al ser yo enviado a la Provincia capuchina de Lión, el P rocu rado r General que pertenecía a la misma, ya en aquellos

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