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1 3 2 C a p ít u l o I X para todo lo que fuese favorable al bien común, que no quería nada con los que, animados del espíritu de bandería, buscaban medrar ellos y no mejorar el estado de nuestras cosas, y que unos debían separarse de o tros en vez de andar confund idos como si tuvieran un solo espíritu y una sola alma. Me con testaron haciendo p ro testas de no buscar sino el remedio de los males de que nos lamentábamos y que para nada en traba en sus miras el deseo de p rocu ra r su propia conveniencia. L o s tra b a jo s co n tra el C om isa rio segu ían ade lan te . N inguna participación tuve en ellos, como tampoco la tuve en la deposición del P. Llerena. Tocando ya las cosas a su término y, asegurado ya el P. Joaquín de Llevaneras de que suprimido el Comisariato quedaría él Provincial único de los Capuchinos de España, vino a Pamplona con el P. Francisco Javier de Arenys de Mar y de un hermano suyo seglar La estancia fue corta, pero sublevó a muchos religiosos contra mí, mas como yo me mantuve firme se desconcertaron y volvieron al orden. Los acompañé a la estación. El P. Francisco Javier y su hermano se adelantaron un poco, y el Comisario y yo íbamos juntos algo atrás. Durante el trayecto que era de cerca un kilómetro, me preguntó por los Definidores y le contesté que nada sabía de ellos; y en verdad, hacía meses que no nos habíamos escrito y no hubo nunca más correspondencia que las dos cartas indicadas más arriba. No estoy bien seguro si fue en esta ocasión o en otra anterior, cuando dijo estas palabras: “Puedo hacer lo que me dé la gana; yo sólo soy creído en Roma, y sé de qué me acusan y quiénes me acusan porque de allí me lo comunican todo; los demás no son creídos de nada” . Y me inclino a creer que estas palabras me las dijo en febrero de 1885 cuando íbamos a la estación, porque al día siguiente escribí yo al Ministro General dándole cuenta de la venida del Comisario al convento de Pamplona y de las turbulencias que había suscitado y, en esta carta, hacía mérito especial de las graves palabras por él dichas, palabras que ningún honor hacen a la Curia Generalicia. En aquella misma ocasión me dijo a mí mismo que el Sr. Obispo de Pamplona me había acusado a mí de profesar los errores liberales. No

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