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D e p o sic ió n d e l P. L le r e n a y n o m b r a m ie n t o d e l P. L l e v a n e r a s 1 3 1 Madrid, el uno desde Fuenterrabía y el o tro desde An tequera, fueron a visitar al Sr. Nuncio de la S. Sede, que era en tonces Dn. Mariano Rampolla y, después de haberlo oído, les con testó que él no estaba en España para ocuparse de cuestiones de frailes; con esto se fueron ambos a An tequera, desde donde siguieron trabajando para log rar la supresión del Comisariato Apostólico, creyendo que, una vez obtenida, el P Joaquín de L levaneras dejaría de ser Autoridad. En aquel mismo año fui acusado a Roma Lo supe po r una carta que me escribió el Com isario en la cual me decía: “ S R ha sido acusado a Roma y yo lo he defendido” . Ni lo creí ni lo descreí. Como las cosas estaban tan revueltas y pasaba por ser el sostén del Comisario, sospeché que podría muy bien ser verdad y, también, que podría ser un ardid del Com isario para tenerme incond icionalmen te a su lado La acusación forzosamente había de ser grave, encaminada a anularme, a matarme moralmente y no podía p roceder, sino del bando opuesto al Comisario. No me p reocupé ni poco ni mucho po rque estaba bien seguro de poder con testar satisfactoriam en te a todo s los cargos y, además, po rque aún tenía plena confianza en la hon radez y probidad de los Superiores Generales, po r más que ya tenía algún motivo para no confiar mucho en ellos. Escribí yo a Roma denunciando algunas de las cosas más graves que ocurrían en España y pidiendo su eficaz remedio. Me con testó el M inistro General, Fr. Bernardo de Anderm att, con una ca rta muy atenta, prometiendo el remedio opo rtuno a los males denunciados y a los a lud ido s. E sc rib í tam b ién al P. C om isa rio a c o n se ján d o le la concord ia y la paz en tre él y los Definidores. Decíale que no todas las cosas iban bien y que estaban ju stificada s muchas de las quejas de que se hacían eco no pocos relig iosos; que los Supe rio res ni son infalibles, ni son impecables, ni tienen au to ridad para ob ligar a llamar bien al mal y mal al bien; la ca rta era lo que en realidad debía ser: respetuosa y conciliadora, pero severa. No tuve contestación. En vista de este silencio, escribí una carta a los Definidores que estaban en Antequera, contestando a otra suya. Decíales en sustancia que yo estaba con ellos

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