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D e p o s ic ió n d e l P. L l e r e n a y n o m b r a m ie n to d e l P. L le v a n e r a s 123 sobre este mismo asunto; seguimos a la Magdalena donde llegamos a principios de agosto; continuamos para Arenys de Mar, pero vestidos de paisano, previa consulta que hicimos al Sr Obispo de Barcelona, quien nos aconsejó el disfraz para pasar inadvertidos, por cuanto la gente aún no estaba acostumbrada a ver el hábito religioso por las calles, después fuimos a Pamplona y ya no seguí. Estaba yo aburrido. El Comisario tenía conferencias interminables con cada fraile como si trataran grandes negocios de Estado; no teníamos hora fija ni para comer, cenar, ni acos ta rnos. Era natural sigu ié ramos los ac tos de comunidad conformándonos en todo con su horario y rezáramos en el coro el Oficio Divino con los demás religiosos. Esto no edificaba ni podía edificar, no agradaba ni podía agradar en manera alguna. Los coristas que se reunieron en Pamplona para seguir con formalidad los estudios eclesiásticos fueron los siguientes: Fr. Agustín de Aríñez, Fr. Benito de Irura, Fr. Ángel de Bilbao, Fr. Antonio de Corella, Fr. Gregorio de Peralta, Fr. Francisco de Palterols, Fr. Fidel de San Acisclo, Fr. Serafín (era de la provincia de Lérida pero no recuerdo de qué pueblo), Fr. Luis de León, Fr. Carlos de la Antigüedad, Fr. Fidel de Congosto, Fr. Luis, Fr. José y Fr. Manuel y Fr. Antonio de la provincia de Valencia, pero no recuerdo si eran los cuatro de la misma capital, Fr. Alfonso de Carmona, Fr. Ambrosio de Valencina, Fr. Francisco y Fr Diego de Benamejí; esto es, cuatro andaluces, cuatro valencianos, tres castellanos, tres catalanes, dos navarros, un guipuzcoano, un alavés y un vizcaíno; total 19 escolares procedentes de los cuatro o cinco noviciados que hasta entonces habían existido. Me dediqué a enseñarles bien, a inspirarles grande amor al estudio para que, después de terminada la carrera literaria, siguieran estudiando y no vivieran ociosos en el convento, amor a la disciplina regular, puntualidad en todas las cosas, respeto a los mayores, aseo en sus ropas y pobres camas e inculcarles la necesidad de ser atentos y corteses con todo el mundo. Lo mismo había hecho con los coristas Berardo de Cieza y Manuel de Potes de cuya enseñanza fui encargado en Pamplona por el P. Esteban de Adoáin Vice-Comisario Apostólico de 1879 y con los seis
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