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122 C a pítulo IX los dos definidores valía mucho más que el Comisario bajo todos los conceptos y esto era un inconveniente muy grave. El nuevo Comisario me mandó desde Monte de Hano una cartita, mejor dicho, un pedacito de papel del tamaño de la palma de la mano, nombrándome Secretario. A la verdad no me gustó, porque mis gustos e inclinaciones eran otras: estar estable y tranquilo en un convento y dedicarme al estudio que era mi pasión dominante. Pero acepté, fríamente, y más bien para que no se me tuviera por hostil al nuevo gobierno. Nunca fui afecto a las conspiraciones contra el P. Llerena y nunca se contó conmigo para nada; pero no estaba satisfecho de la conducta del Comisario Apostólico: entendía que debiera haber residido en España más bien que en Roma, y haberse dedicado a dar vida a la restauración capuchina. En junio de 1880 se reunieron en Fuenterrabía el Rmo P. Comisario Apostólico y Definidores y fui confirmado Secretario. Se hizo un Reglamento para uniformar provisoriamente las costumbres interiores de las comunidades, ínterin se redactaba un Ceremonial único para toda España teniendo a la vista los antiguos Ceremoniales de Andalucía, Valencia, Cataluña, Aragón, Navarra y Castilla; se confirmaron los Comisarios Provinciales, se nombraron los Guardianes y Vicarios de cada convento por tres años; se constituyeron las familias religiosas, esto es, quiénes y cuántos habían de componer cada comunidad; se determinó que por entonces no hubiera más que un solo noviciado y, éste, en la Magdalena de Masamagrell, por no haber religiosos a propósito para ser buenos maestros de novicios (después se puso otro en Pamplona); se determinó reunir en Pamplona a todos los coristas que estaban dispersos en varios conventos para formar con ellos un solo bajo un lector y que el Comisario Apostólico hiciera una visita general para enterarse del estado de las comunidades y planteara el régimen acordado. La visita canónica principió por Sanlúcar de Barrameda donde llegamos el dos o el tres de julio de 1881; de allí fuimos a Antequera, de allí a Lucena donde no había más que un sacerdote y un hermano lego, para ver cómo se podía impulsar la fundación iniciada por el P. Esteban de Adoáin; de Lucena a Córdoba con el objeto de hablar con el Sr. Obispo

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