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118 C a pítu lo V III Ministro Provincial de Tolosa el P Domingo de Castronovario como Comisario General. Cuando los Capuchinos franceses de la Provincia de Tolosa se refugiaron en España y se establecieron en Manresa, Igualada y Orihuela, el Comisario Apostólico quiso fuese reconocida su autoridad, pero apoyados por la Curia Generalicia se negaron rotundamente a ello. El atropello del Comisario Apostólico no podía ser más evidente. No es esto todavía lo peor. Entre los mismos Capuchinos españoles se formó un partido contra el Comisario Apostólico y en este partido figuraban el mismo Vice-Comisario Apostólico el P. Esteban de Adoáin, el P Bernabé de Astorga y, poco más adelante, el P. Francisco de Viana, Comisario Provincial de Navarra, el P Camilo de Cirauqui y Estanislao de Reus, entre otros. Este partido fue, desde luego, muy bien visto por la Curia Generalicia, en lo cual, dicho sea con perdón de la misma, iba muy desacertada y su política, que siempre debiera haber sido de paz y de concordia, en vez de perturbadora como fue, abrió a los Capuchinos españoles un período de revueltas y escándalos que han matado entre ellos el espíritu franciscano En Pamplona, el Comisario Apostólico P. José de Llerena fue víctima de uno de esos atropellos violentos que, por fortuna, no son frecuentes en el claustro, pero que, cuando tienen lugar, revelan una grave enfermedad. Me parece que fue el año 1880 en una tarde de octubre, de todos modos la fecha importa poco, lo esencial es la verdad del hecho y el hecho es verdadero: Fr. Estanislao de Reus se desvergonzó con él de una manera atroz; era vicario del convento y, después de haber insultado al Comisario Apostólico de la más indigna, fue en busca del Comisario Provincial Fr. Francisco de Viana y, juntos, los dos fueron a la celda del P. Llerena y lo pusieron como un guiñapo. Los injustos agresores del honor debido a la primera autoridad capuchina en España bien merecían un castigo ejemplar; pero el hombre, sabedor de que se conspiraba contra él y que la conspiración era patrocinada por la Curia Generalicia, se acobardó y, en vez de castigar, no pensó más que en

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