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116 C a pítu lo V III Cirauqui, Isidoro de Cildoz, Santos de Iruñuela, Vicente de Tafalla, Sebastián de Azcoitia, Pío de Valtierra, Guillermo de Úgar y Fidel de Peralta; total 17 Suman todos juntos 43 sacerdotes (puede ser haya algún otro de quien no recuerde, pero serán pocos; tres o cuatro a lo sumo, porque otros tres o cuatro se incorporaron más tarde, hacia 1881 y 1882). De los 43 sacerdotes la mayor parte pasaban de los sesenta años y la mayor parte de los restantes no llegaban a los treinta: entre los 30 y los 60 había muy pocos y, de estos pocos, apenas había de quién echar mano para proveer los cargos de la Orden y casi todos tuvieron que proveerse en religiosos o demasiado viejos, o demasiado jóvenes, y no había ninguno que por sus relevantes prendas tuviera gran prestigio y autoridad moral sobre los demás; el P. Esteban de Adoáin, como misionero era un grande hombre, como religioso era muy bueno, pero como hombre de gobierno no rayaba a gran altura El P Segismundo de Mataró, ya no era sombra de lo que había sido; el P. Ignacio de Cambrils había muerto santamente en Ceret en 1878, fue el único capuchino que conservó siempre el hábito; no se lo quitó ni en California ni en los Estados Unidos; los Comisarios Provinciales, a causa de su avanzada edad y, por la misma razón, el propio Comisario Apostólico, ya no tenían iniciativa, y en aquel período reconstituyente era muy necesario tenerla y tenerla acertada. El P. Bernabé de Astorga, hombre entonces de unos 40 años, por razón de la edad, conocimientos, tacto para tratar con la gente y espíritu observante y afecto a la Orden, era indudablemente el más indicado para estar al frente de los Capuchinos de España La falta de un cierto número de religiosos capaces y dignos que, por su edad mediana, enlazara el grupo joven con el grupo viejo, no era el único mal que había que lamentar, había otros. Los religiosos que procedían de la exclaustración y no habían salido nunca de España, se habían criado fuera del claustro, no estaban familiarizados con las cosas de la Orden. Recién profesos cuando fueron arrojados del convento, estaban muy poco enterados de la vida monástica y, después, no se enteraron mejor. Lo que ellos recordaban muy bien era que la

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