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O jeada retrospectiva sobre A m érica E spañola 109 civilizar, no es esto culpa de España, sino del partido liberal y masónico que por odio a la civilización cristiana ha extinguido casi por completo el Clero monástico y el secular. Los operarios evangélicos son en número reducidísimo. Muchos centros de población no ven sacerdote sino de año en año y eso por pocas horas. Son muchos los curas que han de atender a cuatro y cinco parroquias y, a veces, hasta a nueve, diseminadas en un territorio de veinte, treinta y más leguas. A excepción de la ciudad ep iscopa l y de los pueb los de mayor importancia, no suele haber más que un solo sacerdote, quien a su vez, lejos de su Pastor y privado de la sociedad de sus compañeros de sacerdocio, suele arrastrar una vida lánguida y triste. ¿Qué extraño es sea grande la ignorancia religiosa, que no haya educación religiosa, que no haya costumbres religiosas? Quedan todavía algunas, y éstas datan de aquellos antiguos tiempos en que la Iglesia aún tenía numerosos ministros que trabajaban en la salvación de las almas. La tierra, por buena que sea, poco produce si no hay quien la cultive y la cosecha no corresponde siempre a la siembra: no pocas veces se siembra y se trabaja mucho en buenas condiciones y, sin embargo, se cosecha poco. En cuanto al progreso material no debe sorprendernos no pase todavía de la infancia: la población es muy escasa con respecto al territorio que ocupa y ni puede gastar un dinero que no tiene, ni debe exponer el que tiene a un peligro cierto de perderlo. Si los Bolívar, los Sucre, los Sanmartín y los Itúrbide no hubieran estado inficionados con el virus de los errores liberales y masónicos; si no hubieran abundado los Mosqueras, los Barrios y los Juares; si hubieran sido numerosos los Carreras y García Moreno otra muy diferente sería la suerte de la América española. No es culpa de la Iglesia católica el que sus Gobiernos hayan sido instables [sic j hasta lo increíble; que los Gobernantes hayan sido irreligiosos con mucha frecuencia y que, por lo general, hayan sido malos administradores. La Iglesia no es responsable de la dilapidación

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