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O je a d a r e t r o s p e c t iv a s o b r e A m e r ic a E s p a ñ o la 105 desaparecido de casi todos los lugares donde se conservó. El noviciado no era más que una sombra, eran elegidos superiores los frailes que prometían más libertad a sus hermanos de hábito, los aspirantes a prelaturas compraban los votos, la vida común no existía y a cada religioso se le pasaba un diario; la noche la pasaban fuera del convento; usaban hábitos de seda, anillos y otras sortijas de plata y oro en los dedos, muñecas, cordón y correa con que se ceñían sus hábitos; los conventos no se reparaban según la necesidad por falta de dinero y, donde quiera, no se veían sino ruinas morales y materiales. Éste era el estado en que estaba el clero regular a principios del siglo pasado y asi se explica que casi todo él siguiera las ideas revolucionarias del partido constitucional español, ideas profesadas por el partido liberal y masónico americano que fue el instigador, el director, el alma, el espíritu del partido de la independencia. Así se comprende que en muchas regiones fueran los mismos frailes los que más activamente trabajaron para la supresión del clero regular. No hemos recorrido toda la América española; pero en Panamá, en Guatemala (la Antigua), en Totoricapán, en Quezaltemango, en Latacunga, en Quito, en Ibarra, hemos visto grandes conventos, conventos arruinados, abandonados; conventos que en o tros tiempos eran soberbios y magníficos, albergue suntuoso de numerosos religiosos píos y devotos, austeros y activos operarios que, con su palabra y su ejemplo trabajaban con denuedo en la salvación de las almas, en la civilización del indio, del negro y del mestizo; en la fusión de todas las razas para que no tuvieran sino un corazón y una alma, y los progresos del nuevo mundo fueran iguales y, aun mayores que los del antiguo. Como los conventos que hemos visto hay muchísimos o tros diseminados en toda la América dominada en otro tiempo por España; en todos ellos se cultivaba la piedad y las letras, las letras sagradas y las profanas, las españolas y las indígenas. Todos esos conventos eran centros de virtud, focos de civilización, casas de beneficencia; por eso aquel vasto territorio quedó trasformado en dos siglos y medio en una segunda Europa. No queremos negar con esto los grandes

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