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C a p í t u l o III. L a v id a d e l a s f r a t e r n i d a d e s - 351 y el P. Zumaya de Cambrai, capital, y otros pueblos grandes como Maubeuge, Valenciennes, Fourmies, lindantes con la otra frontera belga. La tarea era, ante todo, de inserción entre los trabajadores: atención religiosa, pero también atención humana y social. Donde la acogida francesa no estaba todavía organizada ni estructurada, éramos también asistentes sociales para informarlos y acompañarlos en los diversos papeleos ante los departamentos sociales. Teníamos nuestras reuniones regulares con los curas franceses, en nuestro empeño de integrarnos en la pastoral obrera de la diócesis, siguiendo sus métodos de la A.C.O . (Acción Católica Obrera) haciéndonos notar que no era preciso trabajar como cura obrero - tentación de moda en aquel tiempo- para estar integrados, cercanos a ellos y defender su causa. Aprendimos a profundizar los temas con extrema seriedad. Teníamos también algunas religiosas españolas, sobre todo un grupito de "misioneras seculares", ejemplares en su integración como humildes obreras, que colaboraban en lapreparación y animación de las reuniones de reflexión y, naturalmente, en las celebraciones. Se distribuían las asistencias y presencias según las distancias y los núcleos de trabajadores para una atención humana y religiosa. El P. Zumaya años más tarde se seguía escribiendo todavía con un grupo de adultos que se reunían con él en Roubaix. La zona era un campo inmenso de trabajo. Por eso, cuando llegó Enrique Sanz, no hubo dificultad en asignarle una parte del territorio. En la diócesis de Arras, por ejemplo, quedaban sin explorar grandes ciudades como Dunquerque, Calais y otros puntos de gran densidad. Cada domingo se escogía una población importante o céntrica para la celebración eucarística, precedida de reflexiones y que se prolongaba luego en reuniones y charlas adecuadas, para organizar

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