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C apítu lo III. L a v id a de las fraternidades - 201 Merece una mención especial la muerte de Miguel Urquidi. Muy delicado desde años atrás, con el corazón gastado, iba resistiendo y atendiendo a los otros hermanos de modo eficaz y caritativo, como enfermero, hasta que nopudomás. Nunca le abandonaron lasonrisa y una exquisita caridad. Y junto a ellas, su capacidad de trabajo y sacrificio. Trasladado a la enfermería P. Esteban de Adoáin en el mesdemayo, aguantóhastael 21 deseptiembrede 1993, falleciendo enel Hospital deNavarradonde ingresó dos días antes alacentuarse su insuficiencia cardíaca. "Fue el hermano bueno y servicial. Su constante sonrisa era reflejo de sucercanía alhermano y sujusticia ante el Padre". De nuevo, lapluma del Cronista, fiel recopiladorde lahistoria de Lecároz, recuerda, de cuando se incorporó alColegio en 1968 como profesor, cómo lacomunidad acogía a sesenta y cuatro religiosos, mientras hoy, enerode 1996, está formadapornueve profesos ydos no profesos. Los fallecimientos de JuanBautista Leúnda, Tarsicio Ros, Clemente Elorza, poco después de la de Gabriel, dejaron un profundo vacío en la casa. Las ausencias de Juan de Unciti (Juan Astráin) causada por su enfermedad y traslado a la enfermería de Pamplona, y el destino de los hermanos José Antonio Echeverría y Antonio Aguar, a Tudela y Pamplona respectivamente, mermaron todavía más esta familia de Lecároz. Los últimos años y durante una semana, antes de la profesión religiosa, los novicios ponen una notajuvenil en el ambiente de la casa mientras reflexionan sobre el compromiso de vida capuchina que adquirirán en breve con laemisión de los votos temporales. El variadoe inmensomontóndeobjetosacumuladosyclasificados en los frontones del viejo colegio bajo las órdenes de Gerardo Eseverri, fue saliendo hacia diversos conventos de la provincia, monasterios de religiosas, otros colegios, a la vez que no pocas familias sebeneficiarondetaninsólita almoneda, a la bajay sinpuja.

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