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Trienio 1966-1969 79 media y tres a religiosos maduros. Sobre el papel se anotaba un extenso elenco de cargos y comisiones. El nuevo provincial dedicó a los religiosos una carta programática, en la que por necesidad se sienten las palpitaciones del contexto, las cuestiones iniciadas en el trienio anterior y el sello nuevo de la inspiración personal. Por vez primera aparecen en esa clase de documentos los términos fra­ ternidad-minoridad para resumir nuestro carisma franciscano y se ve en germen la necesidad de un capítulo extraordinario dedicado a dichos temas. Se presenta un programa de vida espiritual y religiosa, y se alude al aposto­ lado del testimonio, de la palabra, parroquias, confesionario, seminarios, vocaciones, misiones de ultramar etc. Esta carta fue firmada por todo el definítorio. 2. Contexto eclesial y franciscano El día 8 de diciembre de 1965 quedaba clausurado el concilio vaticano II. En el último período y tras laboriosas sesiones había quedado confi­ gurado el documento sobre la Iglesia en el mundo. Hacía tiempo que algo nuevo bullía en la Iglesia, pero sólo en los años sucesivos se pudo apre­ ciar el revulsivo contenido en los documentos conciliares. No hacemos historia del post-concilio; pero sería invidente quien no lo tuviese presen­ te a la hora de explicar importantes hechos acaecidos entre nosotros. Apertura, información, diálogo, persona humana, secularidad, socializa­ ción, libertad de expresión y de asociación, valores humanos, compromiso temporal, por no citar más que algunos, resultarán conceptos y hechos cargados de contenido y susceptibles de aplicación muy diversa. Aplica­ ción que conducirá a la oposición y al choque, y en todo caso en defensa de los principios más sagrados. ¿Cómo no iban a surgir la dificultad, la desorientación y la contradición cuando se sometían a revisión realidades supremas, como revelación, teología, iglesia, ecumenismo, libertad reli­ giosa, culto, realidades temporales, etc.? Nuestros ambientes no fueron los más radicales en la vivencia postconciliar; pero tampoco los más so­ segados. Nuestros religiosos leyeron no poco a escritores vanguardistas, se agruparon bajo el magisterio de algunos más audaces y personalizaron

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