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76 Capítulo I — Cinco lustros A la terminación del trienio se podían palpar numerosos signos de renovación en los conventos: organización del culto laudativo y eucarís- tico al ritmo del movimiento litúrgico, del que se hacía eco la notable reunión de Burlada, abril de 1965; desaparición de diversos ejercicios de devoción; tendencia a romper moldes, estructuras, fisonomía tradicional; insistencia en la vida de pobreza y de minoridad. Los signos aparecían y chocaban frecuentemente entre sí. La iglesia había dado su voz sobre la penitencia, que el padre general se encargó de aplicarla a la orden y el padre provincial a los religiosos. Podía aceptarse cambio en numerosas manifestaciones; se abandonaban prácticas tradicionales; pero siempre debía estar vigente la conversión sincera y constante en la vida de cada jor­ nada. Se cortaban cables, se rompían lazos y muchos comenzaban el viaje difícil y la aventura. Otros ni lo juzgaban correcto, ni aceptaban apartarse de nuestra forma de vida. La encrucijada era temible; la salida airosa, di­ fícil. En la Iglesia, en la orden y en la provincia, afectadas siempre por el cambio de la sociedad, se vislumbraban tiempos de tormenta, de in­ terrogante, de experiencia. Entraban en juego los llamados signos de los tiempos. Algunos religiosos perdieron la serenidad y lo demostraron de palabras y por escritos anónimos; acción que fue vituperada posteriormente por el presidente del capítulo. Aunque fue la excepción; la mayoría de los religiosos demostraron gran altura de virtud y de sensatez, no obstante la dificultad de las circunstancias. 10. Fin de trienio V IL T r i e n i o 1966-1969 Desde un ángulo institucional, el trienio terminó con una nueva expe­ riencia en la elección de delegados capitulares. Siguiendo normas apro­ badas por la Congregación, se dividió a los religiosos por orden de antigüedad en tres grupos. Los religiosos con voz activa eligieron de cada grupo un número de capitulares, cuya suma igualaría a la de guardianes: