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46 Capítulo I — Cinco lustros caban por propia industria en la península. Se trataba de un sector de gran solera, pero que no resistía la prueba del tiempo nuevo. Es necesario hacer constar la seriedad de la primera reunión de apos­ tolado de este trienio, en septiembre de 1957. El padre provincial, que conocía el paño y había gastado buena parte de su vida en el ministerio, quiso tratar el problema a fondo. Se analizó el fenómeno de la predicación, de las asociaciones, del centro de las mismas. Se exigió la preparación de jóvenes para misiones, ejercicios, para apostolado social y litúrgico. Se atacó de frente el problema de los religiosos («fuerzas acuarteladas») re­ tenidos durante ocho o nueve meses en los conventos y se soñó con una labor conjunta de todas las provincias de España. La asamblea sirve para tomar el pulso al momento eclesial del ministerio: Comenzaba a marginarse la evangelización extraordinaria y no convencían demasiado los esquemas y ministerios menudos en pueblos y comunidades religiosas. Algo se venía abajo. Por otra parte, parece que contaba mucho organizar y figurar, cier­ ta inclinación a funciones parroquiales o propias de sacerdotes seculares y la incapacidad eclesial para variar la presentación del mensaje; se vis­ lumbró el apostolado en equipo, aunque no existía madurez para acometerlo. Esta reunión no fue ineficaz; el definitorio provincial pensó en formar un consejo provincial de apostolado que ayudase a los religiosos a renovar­ se y a estar al día, que preparase las reuniones anuales y otras ocasionales, que matizase nuestra participación en ministerios comunes y cultivase una sección especial de bibliografía. Se adoptó la importante decisión de de­ dicar al Consejo el 5 % de los ingresos de misiones y ejercicios. Las medidas parecían positivas. En la reunión anual, celebrada en Fuenterrabía a principio de septiembre de 1959, se quiso precisar mejor la fisonomía de este consejo de apostolado. El ponente lo presentó como una oficina orientadora con sus vocalías especializadas; hasta ocho vocalías distintas. Los religiosos sentían la necesidad de que alguien orientase; pero sin complicaciones. En todo caso, y desde entonces, la provincia se ha movido en parecidas y mayores dificultades en el terreno del apostolado, ha buscado la solución para un centro, el nombre es lo de menos, y de unas vocalías o comisiones. Pero la cuestión sigue sobre el tapete. Es en este trienio cuando comienza a abrirse algo el abanico de posibi­ lidades con el destino del P. Raimundo de Pamplona a los emigrantes de

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