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Pingliang 453 admiración y ayudarán a comprender el clima interior que puede vivir un alma consagrada, en su camino doloroso hacia el calvario, en pos del Maestro. En estas circunstancias salieron a flote talentos periodísticos para ayudar a los demás. Nadie ha analizado todavía el contenido espiritual, sicológico e histórico de las llamadas «Hojas sueltas», escritas por el P. Andrés de Lizarza; de las «Hojas atadas», del P. Jenaro Rubio, de «La Montañesa», del P. Alejandro Labaca. Insigne obra de caridad espi ritual durante los duros meses de reclusión para elevar la moral de los hermanos. Sobre todo, para aquellos que ya habían sido objeto de sufri miento por Cristo y a quienes se había propuesto el dilema: «Es necesa rio que se adhiera a la iglesia independiente o que deje el país. Debe seguir el programa del partido comunista». En todo momento se impuso la se gunda parte del dilema. El tribunal popular, y el camino de retorno hacia la patria. El partido no hacía mártires, sino deportados. 4. Juicios contra los misioneros y expulsión Unos cuatro meses antes de la expulsión comenzaron de nuevo las llamadas para declaraciones, se redobló la vigilancia. Se conoce que temían que los sacerdotes indígenas o algunos cristianos quisieran despedirse de sus antiguos misioneros. Tan es así que un guardia de noche sacó la cama al corredor y se puso a dormir cerca de la puerta de Fr. Francisco. A mediados de julio de 1953 se celebró el juicio, particular y universal, de los tres reos de Pingliang: el particular en un gran salón de la ciudad ante un jurado de unos treinta o cuarenta miembros. El juez era militar. Los reos entraron de uno en uno llevados agarrados del pescuezo por los guardias para que no mirasen al personal del jurado. El juicio versó sobre el folleto de crímenes que se dio al principio del encierro a cada uno. Se les ofreció un intérprete inglés o francés. Los tres respondieron que preferían defenderse en chino. Al día siguiente el juicio universal en la plaza mayor de Pingliang. Habría allí más de veinte mil espectadores. Llevaron a los presos en un camión, de pie entre doce guardias. Iban también con ellos los tres jueces
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