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452 Capítulo V II — Actividad en ultramar Estas primeras impresiones se fueron oscureciendo con rapidez, per­ diendo cualquier chispa de esperanza. Los misioneros fueron confinados, y sus feligresías dejadas a merced del partido comunista. Dicho partido tenía un programa claro y firme de cara a los extranjeros; aunque tardó tiempo en encontrar ejecutores bien preparados. Estos aparecieron en el otoño de 1951. Por una parte, incitaban al pueblo contra los misioneros; a buscar delitos contra el pueblo, apelando a una desenfrenada caza de brujas. Por otra, presentan al clero nativo de forma sistemática y atractiva todo el contenido de la campaña de la triple autonomía en torno a la administración, predicación y sustentación autónomas, desligadas de cual­ quier institución exterior y de la jerarquía romana. Los misioneros temen por su grey. «El mayor peligro está en la confusión que se crea en las mentes, aun de los sacerdotes chinos, porque los comunistas modificaron la primera fórmula cismática, sustituyéndola por otra, en que se pretende que la iglesia de China sea regida por chinos bajo la dependencia del Sumo Pontífice. Pero la meta que persiguen es indudable...». El momento se define por su angustia: defecciones de cristianos, de seminaristas, de algunos sacerdotes; ver padecer a los hermanos; incerti- dumbre ante lo que puede pasar el día menos pensado. La situación es propicia para el heroísmo. Una carta de 11 de mayo de 1952 se hace eco de esta tensión espiritual: «Padre provincial, mirando a la central de Pingliang, Kingchow y Sifeng, puede clamar en alto que tiene ya verda­ deros frailes menores, llenos de oprobio y de ultrajes pro nomine Jesu! Sólo Dios sabe lo que sufren y lo que han sufrido en esos sitios. La per­ secución es prueba evidente de una fecunda vitalidad espiritual. Pero también podemos ver palpablemente la flaqueza humana...». Otra carta de mayo del mismo año resumía el ambiente con esta lacónica frase: «Desde ese día 1 de abril se ha hecho el silencio del desierto en nuestro derredor». Recluidos los misioneros o vigilados sus pasos, se comprende un capítulo lleno de imaginación y de mística para vivir los sacramentos de la iglesia: los sacerdotes, para celebrar la eucaristía y poder absolverse de sus culpas; los hermanos, para recibir ambos sacramentos, el de la reconciliación y el de la eucaristía. Son páginas comparables a los más heroicos tiempos de persecución, sufridos por comunidades cristianas a lo largo de toda la historia. Cuando se conozcan con detalle, provocarán

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