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Pingliang 451 calada a presencia del respectivo juez instructor. Con toda lealtad hay que confesar que no hubo torturas ni malos tratos físicos; humillaciones, mentiras, calumnias, difamaciones a granel. En toda China la consigna era hacer historia negra de la iglesia con las propias confesiones de los misioneros. En la primera entrevista el juez instructor presentó a su respectivo reo un folleto de tamaño regular con una interminable lista de crímenes (comprobados, según ellos, por testigos oculares), asegurán dole que si reconocía y garantizaba con su firma todo lo contenido en el folleto, quedaría inmediatamente libre para continuar su labor misionera sin ninguna cortapisa, «porque nuestro jefe Mao Tsetung es muy indul gente con los que saben reconocer y confesar sus fallos». Después de dos meses de continuo zarandeo, de la cárcel al juzgado y del juzgado a la cárcel, llevados y traídos por guardias armados, siguió para los tres reos casi un año de relativa paz. El encierro también se suavizó un poco; las puertas quedaban abiertas todos los días de par en par desde las 8 de la mañana hasta las 6 de la tarde. Después de la comida de la tarde los guardias sacaban a los tres a pasear. El Sr. obispo en un patio y los otros dos en otro, en silencio riguroso y bajo una estrecha vigilancia de los guardias armados. La comida, regular, más bien escasa en cantidad, pero más que suficiente para no morir de hambre. 3. Los misioneros vislumbran el desenlace Pero quizá conviene no centrar toda la atención en la sede de la misión, sino recoger impresiones de los misioneros sobre la situación. Preferimos recoger sus palabras, que ahorrarán muchas nuestras. Por el otoño de 1950, se asociaban los misioneros a la celebración del cincuentenario de la provincia, y hacían constar: «Hace ya un año que nuestra prefectura está sometida al régimen comunista... Hemos go zado en general de la libertad religiosa que el ejército comunista nos prometía desde el primer momento. Las nuevas autoridades han guardado formas correctas en los asuntos que han tenido que tratar con los mi sioneros. Ante la negativa de ocupar las casas de la misión, siempre han retrocedido... La iglesia es tolerada, aunque a sus espaldas se le amenaza con el puño cerrado».
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