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36 Capítulo I — Cinco lustros logia de Pamplona que quedó transformado y en el estado que actualmente ofrece. Se levantaron los cuerpos de biblioteca, frontón, imprenta, sección moderna del colegio y patio. La transformación fue importante, aunque hubo religiosos que la pensaron más profunda y con detalles diversos, que hubieran resultado mucho más eficientes, tal como ha evolucionado el tiempo, para la configuración del colegio de teología. No es posible aludir en este momento a todas las obras realizadas para mejorar los inmuebles de nuestros conventos; aparecerán en la historia de los mismos. En cambio, merece atención el capítulo de fundaciones. Unas fueron rechazadas, otras no llegaron a puerto. Los superiores deses­ timaron la fundación de una casa de la orden en Santa Cruz de la Palma (Canarias). La petición llegó a través del P. Jesús Beúnza, después de in­ tensas campañas misionales, realizadas por nuestros religiosos en toda la isla. El obispo estuvo decidido a concederla. Pero se impusieron razones jurídicas y prácticas para rechazar la fundación. Mucho más cercana estaba Luesia (Zaragoza), pero resultó también inviable. El P. Ricardo no aban­ donó la idea de una fundación en Vitoria, que la provincia ha acariciado siempre, por encontrarse en una encrucijada geográfica y en justo aprecio de los religiosos salidos de la región alavesa. Se visitó al obispo de la diócesis, quien no se mostró propicio, alegando tener exceso de clero. También movió el problema de la recuperación del convento de Basurto (Bilbao). Consta que se entrevistó y carteó diversas veces con los nuncios, monseñor Cicognani y Antoniutti, y que aconsejado por éste último, plan­ teó la cuestión al ministro de Asuntos Exteriores, don Alberto Martín Artajo. Pero órdenes superiores, transmitidas verbalmente por monseñor Antoniutti al padre provincial, paralizaron en seco sus gestiones. Capítulo aparte merece la iniciativa para recuperar la huerta del anti­ guo convento de Híjar, ocupada por el arzobispo de Zaragoza a raíz de la guerra civil y del abandono del convento por nuestros religiosos, que a duras penas salvaron la vida de aquel trance pavoroso. Este contencioso entre la curia de Zaragoza y la nuestra es típico para apreciar las razones y las argucias eclesiásticas. La provincia no dejó de recurrir a abogados de estado con reputación. Parecían estar de su parte razones morales de peso, sin embargo la curia zaragozana no sólo no soltó la huerta, impo­ sibilitando todo retorno de nuestros religiosos a aquel apartado cenobio, sino que se negó a abonar la menor cantidad a nuestra provincia en con­ cepto de nada.

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