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34 Capítulo I — Cinco lustros Es posible que la experiencia no hubiera resultado tan positiva, como se esperaba. Pero la provincia la afrontó con valentía. Durante el trienio se realizaron dos importantes visitas: la del P. Ri­ cardo a Ecuador y Aguarico en 1955, y la delegada, del P. Florencio, de­ finidor provincial, en 1956 al extremo oriente. De ambas se conservan re­ latos personales y buena documentación. Sobre todo las cartas respectivas, con las ordenaciones de visita. El P. Ricardo llegó a Ecuador, cuando la custodia estaba en plena efervescencia de fundaciones y de ofrecimientos. Sirvió para poner sereni­ dad y primacía. Se barajaron grandes proyectos, abultados ideales, nor­ mas para reclutamiento de vocaciones, fundación de bibliotecas y orde­ nación de la vida religiosa, descendiendo a la minucia jurídica del vestido interior y exterior y de la rúbrica litúrgica. Después de la visita del P. Florencio a Filipinas, se prepararon en la provincia las ordenaciones para la custodia, en las que se tomaron decisio­ nes para abandonar determinadas parroquias de lengua pangasinán y recluirse en las de habla tagala. Aquí se insistió también en el cultivo de vocaciones de nativos, y sólo debido a esta preocupación pudieron surgir vocaciones que hoy conocemos. Algunas tímidas ordenaciones sobre la renovación de la vida religiosa, y otras sobre no fumar en público, llevar tonsura y no asistir a espectáculos públicos, pueden dar idea por dónde se movían las preocupaciones de aquel momento. La fundación de Dallas, en julio de 1954, se vio incrementada con la capellanía de un religioso para la asistencia de portorriqueños en Nueva York; fue pedida por los religiosos capuchinos de una de las parroquias de aquella ciudad, y sirvió en cierto sentido de puente entre la provincia y las casas de Texas. Mayor novedad adquirió la fundación de una casa de la provincia en Arica (Chile). El P. Ricardo visitó personalmente la ciudad en su viaje a Ecuador para hacerse idea de la fundación. La provincia, que conocía sus fuerzas y compromisos, resistió, cuanto pudo, esta fundación con el acuerdo absoluto de la curia general. Pero llegó un ruego expreso de la secretaría de estado, pidiendo que el asunto fuese reconsiderado. Entonces se mar­ ginó cualquier vacilación, y ante este implícito mandato de la Iglesia y «por amor y sumisión al Romano Pontífice» se decidió el envío rápido de algunos religiosos a aquella norteña ciudad de Chile.

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