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Ministerio de la palabra — Misiones 313 lejanas latitudes: provincias de España peninsular e insular y también a muchas naciones de Hispano-américa. La década del 40 abrió horizontes nuevos con el impulso dado a este apostolado, como complemento y refuerzo de la pastoral ordinaria, en ca­ si todas las diócesis de España que organizaron misiones generales diocesa­ nas, comarcales, de pueblos, de ciudades, de arciprestazgos, etc., para las que eran requeridos nuestros misioneros; las misiones organizadas por la asesoría religiosa de la organización sindical en diversos lugares fueron una oportunidad para nuestro apostolado misional. La década del 50 y buena parte del 60 marcó el cénit de esta promo­ ción misional. Con un equipo mayor de misioneros iniciados, además de atender a los requerimientos que venían de fuera, se pudo gestionar y organizar campañas misionales autónomas e independientes de otros orga­ nismos. Las juntas de apostolado pusieron sus miras preferentemente en este apostolado y gestionaron con párrocos y obispos las campañas más fuertes y de más compromiso que llevaron a cabo los misioneros de la provincia. Tal fue, por ejemplo, la campaña de las Islas Canarias. En la segunda mitad de la década del 60 comienza el declive, rápido, de este apostolado, hasta su desaparición casi total en nuestros días. Ni se vislumbran perspectivas de resurgimiento. En el capítulo provincial de 1966 se presentó un breve informe sobre la predicación en la provincia, acentuando la crisis alarmante en el aposto­ lado de las sagradas misiones y exponiendo sus causas y posibles soluciones. Cundía la alarma. Entre las causas del declive me atrevo a anotar las siguientes: a) La creación de consejos diocesanos, hoy vicarías, de pastoral. Pa­ rece una paradoja, pero es una realidad. Los párrocos que antes se sentían responsables del cumplimiento del canon que prescribe la «Sagrada mi­ sión» al menos cada 10 años, se desentendieron de esta obligación, decli­ nando su responsabilidad en dichos organismos diocesanos que también parecían asumir el deber y la iniciativa de las misiones a niveles más amplios que la parroquia, por arciprestazgos y por zonas. Aún antes del cambio de orientaciones pastorales, fruto del concilio Vaticano II, fue un hecho real el descenso de llamadas.

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