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Noviciado 281 a unos rasgos someros de aquel año entrañable, que era, en el uso de la ascética tradicional, el «santo» noviciado. La reiterada confianza que la provincia mostró al P. Isidro Arbizu (en aquellos años el P. Alfredo de Oco, o, sin más, el P. Maestro) patentiza la satisfacción de aquel noviciado «clásico». La jornada del noviciado comenzaba de par de mañana con la comunidad en el coro: Angelus, letanías de los santos, meditación. Todo ello una hora. Acto seguido prima y tercia, misa conventual, y acción de gracias en la postconventual. Desayuno y arreglo de celda. Breve estudio de las cons tituciones y del Manual Seráfico. A las 9.00, en la capilla del noviciado acto común para novicios clérigos y hermanos. Luego los hermanos iban a sus quehaceres. Los clérigos proseguían rezando en común las horas menores del oficio parvo de la Virgen y haciendo media hora de meditación, en la celda o en la capilla. Tiempo de celda para lectura y estudio, con una pausa de quince minutos en el jardín paseando o trabajando. Media hora de estudio del «Caeremoniale Romano-Seraphicum» con el padre vicemaestro; y ya se hacía la hora de sexta y nona. Seguía la comida, recreación y descanso. Por la tarde, vísperas y rosario en el coro; plática o lectura espiritual en la capilla del noviciado. Mientras tanto el vicemaestro tenía una instruc ción del catecismo con los hermanos, que luego iban a sus trabajos. Los clérigos disponían de un tiempo de estudio en las celdas, teniendo como tarea la regla y constituciones. Rezaban también, en común, otras partes del oficio parvo de la Virgen y en la sala de labores se ocupaban una hora con trabajo manual. Antes de ir al coro con la comunidad se reunían clé rigos y hermanos en la capilla del noviciado; se explicaba la regla y consti tuciones o temas de nuestra legislación. En el coro completas y medita ción. Luego, cena, recreo y de nuevo en el coro la «indulgencia» para pasar los novicios a la capilla y hacer las oraciones de despedida. Por la noche maitines. Cada novicio quedaba dispensado una vez por semana. Así, atomizado y lleno, era el día del noviciado. El novicio vivía ausente de su familia, sin visitas ni cartas, si bien estos usos iban sufriendo una paulatina evolución. El novicio vivía también separado de la comunidad, de una manera que se sentía un tanto rígida. Pero tal era la legislación del tiempo, y el culto espiritual a lo legislado era conscientemente norma de perfección.
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