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Estella 175 vento de elocuencia. En 1928 se instalarían dos cursos de coristas: el último de filosofía y el primero de teología. En 1934 se reúnen los tres cursos de filosofía. En 1945 vuelve a tener dos cursos, que en 1948 pasan al convento de Zaragoza. Es entonces cuando pasa a Estella el quinto curso de humanidades por falta de sitio en Alsasua. En 1950 dicho curso vuelve a Alsasua y se unen los cinco cursos. Entonces Estella viene a ser de nuevo lugar de elocuencia para los padres jóvenes, durante algunos años. En 1953 se reduce el convento a lugar de culto y de predicación. Se atiende de una manera especial el confesonario de la zona y la predicación de los pueblos. Hasta hace muy pocos años el convento de Estella era un convento re­ coleto y apartado de la ciudad. En la ladera del monte y con una hermosa huerta, tiene la alegría del campo, la serenidad y la paz para los que de­ sean descanso, sirve de retiro para los religiosos cansados de batallar por la vida y es siempre cobijo para los huéspedes que desean su clima extraor­ dinario. Rocamador sigue siendo esencial en el v iv ir cristiano de nuestros pueblos, que conservan una fe como nuestros antepasados. Aunque recortada su silueta después de la quema y vendida parte de la finca, aún mantiene su sabor de antaño. A lgo menos recoleto, pues son muchas las casas que se vienen edificando en derredor. Ya no se encuentra alejado de Estella. Lo que más ha afectado en el cambio exterior ha sido la quema del convento. En la noche del 14 al 15 de mayo, día de san Isid ro , de 1955 y siendo superior el P. José Gabriel Am atriain, se quemó el con­ vento casi en su totalidad, quedando sólo una pequeña ala que da a la ca­ rretera. La iglesia también sintió los perjuicios del fuego, sobre todo en la sacristía. Coincidió con la ausencia de los padres, que se encontraban predi­ cando por los pueblos, en la fiesta del santo. Inmediatamente de saberse la noticia, acudió gran cantidad de gente de toda la ciudad para ayudar a los religiosos a apagar el fuego. Costó muchas horas sofocarlo. Los daños eran enormes y difícilmente se podrían calcular. Se quemaron lib ros, enseres personales de los religiosos, ornamentos de la sacristía de gran valor. Fue una verdadera catástrofe. Inmediatamente se personó el padre provincial, P. Ricardo Ezcurra, para ayudar a los religiosos en aquel apurado trance. Una de las primeras

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