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12 Capítulo I — Cinco lustros sacerdotal, capuchina y de la observancia regular. No se trataba de ninguna secta, sino de un puñado de idealistas, entre dos o tres docenas, que dieron su nombre y se comprometieron a vivir determinadas consignas. La facción más joven de este grupo plasmó sus ideales e iniciativas en una revista ti tulada «In melius», abierta a la colaboración de los religiosos con iniciativas e inquietudes apostólicas. La vida de la revista fue muy efímera, pero sirve para diagnosticar muchas tendencias del momento. No hacemos crónica; por eso, pasamos por alto los actos organizados en el mes de mayo de 1950 para celebrar el cincuentenario. Los oficiales organizados en el convento de san Antonio de Pamplona el día 31 de mayo, y los organizados por las fraternidades. Los primeros, con asistencia de autoridades, religiosas y civiles; los segundos, en plan más modesto. No faltaron bendiciones, adhesiones y aplausos. Es lo que se llevaba. Cual quier religioso avisado pudo percibir cierto aire triunfalista de celebración, cierta sensación de poder, promoción de iniciativas «para darnos cuenta de nuestra fuerza», aspiraciones por una organización más poderosa y cierto entusiasmo hacia el apostolado social, cargado de idealización y de cierto prurito de nuevas experiencias. De la celebración quedaron varios recuerdos valiosos, como la estadís tica del primer cincuentenario, obra de considerable envergadura, ya que recogió todas las fuentes inéditas e impresas referentes a los religiosos, y la obra «Fecunda Parens». Cincuenta años de vida de la provincia ca puchina de N. C. A.», centrada en la descripción de los conventos, colegios y vida misionera. En todo caso, el año cincuentenario, ambientado en el Año Santo de Pío X II con cierta propensión hacia lo grandioso, y dentro de una línea sociopolítica española de recuperación, inyectó en los religiosos ideales encimados en el área conventual y en la proyección apostólica. No siempre consistentes. Fue calificado de año de bendiciones. Las vocaciones eran juz gadas abundantes. El culto de las iglesias se medía, entre otros indicadores, por el número de comuniones; criterio que prevalecería durante mucho tiempo. No obstante, ese mismo año se imperaba una oración especial para conseguir vocaciones para hermanos, se organizaba una rifa a escala pro vincial para ayuda de nuestros seminarios y se reclamaba una mayor aten ción a nuestros movimientos apostólicos. Luces y sombras. Quizá contribuyó a este clima de entusiasmo la carta del padre general, Clemente de Mil-
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